domingo, 29 de septiembre de 2019





                  NAVARRA: ERMITAS Y MONASTERIOS DESCONOCIDOS

                En este verano que ya termina no he podido hacer mi habitual viaje motero. Por temas familiares tenía que desplazarme hasta Croacia y, aunque en inicio pensé hacerlo en moto, pronto comprendí que era una pequeña locura y que mis expectativas no se correspondían con la realidad, así que realicé el viaje en coche (también es una pequeña paliza) y, aunque resultó una experiencia muy grata, me abstengo de colgarlo aquí ya que este blog está reservado para los viajes que hago en moto.
               
               Para resarcirme me había reservado una semana libre en Septiembre y fisgoneando por una web dedicada al arte, especialmente el románico (arteguía), encontré algo que me llamó la atención y que da el título a esta entrada.
               
              Aviso a navegantes: a los que no les guste el arte este relato les puede resultar algo monótono o aburrido, así que vosotros mismos.
                
              Así pues, preparé la moto y con los últimos coletazos de la DANA que tanto daño ha causado a Murcia y otras provincias, me dispuse a disfrutar de lo que esta ruta me deparara y salí hacia Navarra no sin cierta inquietud por si la climatología me arruinaba el viaje.


DIAS 1 Y 2


            
             La primera noche pensaba pasarla en Teruel, por lo que tomé la A-7 en dirección a Valencia vía Alcoy. Aquí tuve el primer contratiempo. Yo no sé que extraño microclima existe en este pueblo y alrededores pero siempre que paso por ahí me encuentro con fenómenos adversos, lluvia, vientos fuertes y ,en este caso, con una densa niebla acompañada de un sirimiri que me hizo disminuir la velocidad al mínimo ya que la visión era muy deficiente.
                
             Salvado este primer escollo continué hacia Valencia para desde ahí tomar la A-23 que me llevaría hasta Teruel. Busqué mi alojamiento y un sitio para comer y me planeé que hacer en la tarde ya que la ciudad era bien conocida por mi cuando realicé la Ruta Mudéjar y que podéis leer en otra entrada.
                
         Concluí que, de mi anterior visita, solo me había quedado por ver la Catedral que se encontraba cerrada por lo que, desde la Plaza del Torico, me dispuse a ver si ahora tenía más suerte y podía visitarla.
                
          Se trata de una antigua iglesia románica que desde 1577 es Catedral de la diócesis de Teruel y el monumento mudéjar más representativo de la ciudad. En el exterior destaca su Torre-Campanario del 1257 que combina piedra y ladrillo, con un gran arco apuntado abierto en la base que deja paso a la calle, cumpliendo así la función de vía pública. El cuerpo superior octogonal es un añadido posterior de los siglos XVII y XVIII.



             Quizás para compensarme de mi frustrada visita anterior, tuve la suerte de que un grupo guiado accedía en ese momento al interior, así que me puse detrás y pude entrar sin problemas confundido con el grupo y ahorrándome los 3 euros que costaba la visita (pequeñas ratonerías de viajero experimentado).
                
             El interior es formidable, con un Retablo Mayor del S.XVI tallado en madera por G. Joly y que está considerado uno de los mejores conjuntos escultóricos de signo renacentista de Aragón. El conjunto hace de retablo-custodia para la eucaristía.



                         Pero si el retablo es majestuoso no lo es menos la Techumbre mudéjar declarada por la UNESCO patrimonio de la humanidad. Es de finales del S.XIII y cubre totalmente la nave central, estando decorada con profusión por motivos geométricos y vegetales de clara influencia islámica. Por él desfilan personajes de santos, reyes, obispos, damas y caballeros, escenas de caza, de guerra, vestuarios variados, escudos e incluso instrumentos musicales, constituyendo todo un repertorio de la vida, costumbres y saber de la época.


                        Mientras la guía daba sus explicaciones que me fumé, recorrí las capillas laterales y me llamó la atención sobre todas la dedicada a la Inmaculada, barroca del S.XVIII con un retablo de Francisco Moya. Frente a ella se encuentra una escalera que conduce a la cripta dedicada a guardar los restos de dos beatos, Anselmo Polanco Obispo de la Diócesis y Felipe Ripoll, martirizados durante la Guerra Civil.


                       Terminada mi visita a la Catedral callejeé algo por esta coqueta ciudad y me fui a cenar de tapeo por los alrededores de la Plaza del Torico, epicentro de la misma. A descansar para continuar mi camino al día siguiente.




                Mi siguiente parada elegida antes de comenzar verdaderamente mi ruta era Logroño y hacia allí me dirigí primero por la A-23 y luego pagando el maldito peaje por la AP-68. Llegué temprano ya que solo eran 319 kms., busqué el hotel y, al no poder tomar aún la habitación, dejé las cosas en consigna y me dispuse a visitar un pueblo cercano que me habían recomendado por su belleza: San Vicente de la Sonsierra, del que me separaban 35 kms. a recorrer por la N-232a.
                
        Al llegar te llama la atención su imponente castillo que lo domina todo. Mi recorrido comenzaba en la remodelada Plaza Mayor con una fuente con cisnes bastante feos para mi gusto.


                En la misma plaza se encuentra la Casa Consistorial, con un curioso pasadizo que desemboca en un frontón y el palacio de los Gil Aguiriano. Ambos edificios del S.XVII. Siguiendo hacia arriba la calle Mayor encontramos casonas de piedra con escudos y algunos antiguos palacios. Hacia la derecha por la calle Carnicerías nos topamos con la muralla inferior que delimitaba el castillo y si giramos a la izquierda ascenderemos por la Subida de los Disciplinantes que forma parte del recorrido de su original Semana Santa con penitentes vestidos con una túnica y la cabeza tapada que se flagelan durante el recorrido (sin parecer irreverente me parecen costumbres que, aunque ancestrales, resultan algo morbosas).
                
                Al llegar aquí ya divisamos la Torre del Reloj del S. XVII y construida sobre  los restos de una torre medieval. Se llama así porque el Ayuntamiento decidió instalar un reloj mecánico para que sus campanadas se pudieran oír en todo el pueblo.
               
                Más arriba encontramos la Torre Mayor, exenta, que servía como atalaya y refugio para una pequeña guarnición. Su reconstrucción la ha convertido en un fantástico mirador.



               Algo más atrás queda la ermita de S. Juan de la Cerca que debió ser la capilla del castillo y la primitiva parroquia. Es la sede de la mencionada cofradía de la Vera-Cruz de los Disciplinantes (ya sabéis, la de los zurriagazos).
                
              En la zona del castillo se halla la iglesia de Santa María la Mayor del S.XVI (estaba cerrada) y desde el Mirador del Ebro se divisa el paisaje riojano con un puente medieval que podéis ver más arriba. El cual atraviesa el rio y defendía el paso de la frontera de Navarra con Castilla.
             
             En mi descenso hacia la Plaza Mayor me topé con tres murales de José Uríszar de Alcalá Leiva que representan lugares de la villa.
                
                 Tenía pensado comer en un restaurante que tenía cierta fama (Casa Toni) pero estaba cerrado por vacaciones, así que, dada la escasa distancia, me monté en la moto para regresar a Logroño, tomar la habitación, comer en un restaurante cercano y echar una siesta reparadora.
               
                Logroño es una ciudad pequeña que ya conocía de una visita anterior. Tiene unos bonitos paseos por las orillas del Ebro y la vida se articula alrededor del eje de la calle Portales, que atraviesa todo el centro. Mi hotel se hallaba en un extremo de ésta calle, así que descendí por ella para conocer la Concatedral si la encontraba abierta. Es un edificio declarado BIC y  construido sobre un primitivo templo del S.XII que ha sufrido numerosas restauraciones, la última de las cuales en el S. XVIII le añadió sus famosas torres gemelas que le confieren su estampa características. En su interior (estaba abierta) es de destacar el retablo mayor, la sillería del coro y un cuadro de la crucifixión que se atribuye a Miguel Angel Buonarroti. 



               Terminada la visita me dirigí hacia el Palacio de los Chapiteles (antiguo Ayuntamiento) con sus múltiples soportales y arcos de diferentes épocas. Paseando con tranquilidad llegué hasta el centenario Café Moderno, donde me senté a tomar algo y contemplar su bonita decoración retro y la diversa fauna que allí se encontraba, entre la que estaba yo.

                
             Estando en Logroño es obligada la visita a la calle Laurel. Según había leído el nombre se debe a que, en otras épocas, era la calle que albergaba a las “mujeres de vida disoluta” y estas, para indicar a los parroquianos que tenían el cartel de libre, colocaban en el balcón un manojo de laurel. Hoy en día está dedicada a otros menesteres no menos agradables que son el tapeo en sus múltiples bares, cada uno de ellos especializado en una tapa concreta. A riesgo de que me fusilen los logroñeses he de decir que la fama de la misma es algo exagerada. En España existen numerosos lugares en los que sus abrevaderos no tienen nada que envidiar a los de esta calle, sin ir más lejos y por citar un rincón próximo, en Pamplona la calle Estafeta y la calle S. Nicolás tienen sitios en los que merece la pena realizar “las estaciones”. Pero bueno, es un reclamo turístico de primer orden así que tapeé en algunos de ellos y, dándome por satisfecho, regresé al hotel para descansar. Al día siguiente comenzaba mi auténtica ruta.


DÍA 3

            Desde Logroño por la LO-20 y luego la A-12, tras 30 kms., nos adentramos en tierras navarras y nos encontramos con el bello pueblo de Los Arcos. Es un lugar con mucha vida, calles estrechas y casas señoriales que se levanta cerca del rio Odrón.


Es parada obligatoria para los peregrinos del Camino de Santiago que se concentran en torno a la plaza donde se encontraba mi primer destino: la iglesia de Santa María. El problema era que no se abría hasta las 12 h. y eran las 10 h., así que entre la tesitura de esperar 2 h. o aprovechar el tiempo, decidí ir hasta mi segunda parada y luego regresar para ver la iglesia. Este segundo punto era el Monaterio de Azuelo, a solo 17 kms. por la N-111.
               
       Llegué al mismo con tan buena fortuna que estaba abierto (no habitual) porque una señora se estaba ocupando de labores de limpieza. Se trata de un edificio de una sola nave  edificado en un románico esbelto y elegante, con líneas perfectas y armónicas. Tiene una hermosa portada abocinada con capiteles que representan aves y vegetales y un Crismón en el tímpano.



       En el interior destaca un ábside semicircular de bóveda de horno y, junto  al altar, en el lado del evangelio, se abre una hornacina de buen porte que hace la función de relicario. Entre otros, destaca una arqueta de fina labranza de plata datada en 1594 y que contiene la cabeza de San Jorge. Me llamó la atención una capilla (que amablemente me abrió la señora de la limpieza) del S. XVIII de un precioso barroco. En un lateral del monasterio se encuentra el coqueto y bien cuidado cementerio del pueblo.




              Terminada la visita desandé el camino y regresé a Los Arcos para ver la iglesia de Santa María.
               
                  Es un edificio construido y reformado entre los S. XII y XVIII lo que da una idea de la profusión de estilos que presenta: románico tardío, protogótico, renacentista y barroco. La portada es plateresca del S. XVI y uno de los mejores ejemplos del renacimiento navarro, con una Virgen sedente, ángeles, querubines y las esculturas de S. Pedro y S. Pablo.

             Pero lo mejor se halla en el interior. Destaca un grandioso retablo mayor de estilo barroco del S. XVII.



                 Hay otros retablos barrocos y rococó, una sillería manierista en el coro y un espectacular órgano del S. XVIII que es, probablemente, el más majestuoso de Navarra. Decorado en dorados y azules, tubos de madera pintada, trompetería exterior y mascarones que imitan muecas de la cara humana.


                  Antes de irnos se debe visitar el claustro tardogótico del S. XVI decorado con animales y temas vegetales.



               Impresionado por la belleza de esta iglesia volví a tomar la N-111, pasé de nuevo por Azuelo y luego tras 6 kms. por la N-721 llegué a mi siguiente parada que era Aguilar de Codés para visitar la ermita de S. Bartolomé. No encontré ninguna indicación de la misma así que entré en el pueblo, aparqué la moto y tras dar varias vueltas sin vislumbrar un ser vivo, apareció una señora de mediana/alta edad a la que pregunté. La buena mujer me indicó como llegar a ella por un camino sin asfaltar pero que “subían los coches (sic)”. Si los coches suben podrá subir la moto. Craso error. Después de encontrar el camino y recorrer los primeros 15-20 ms. de arena, éste se transformó en un pedregal en el que mi buena amiga patinaba que era una delicia. Así que no me quedó más remedio que aparcarla donde buenamente pude y continuar a pié más o menos 1 km. hasta encontrar la dichosa ermita.
             
               Es un edificio románico de transición al gótico, con gruesos muros de sillar, nave única y edificado sobre el S. XII. La puerta se halla abierta con un cerrojo sin candado que da acceso a un interior que no presenta nada de particular y en el que, según mis notas, se venera una talla de S. Andrés que yo no encontré por ningún lado. Volví a cerrarla, me fumé un cigarro disfrutando de la tranquilidad del lugar (ya sé, no debería) y volví por el camino a recoger la moto y continuar hacia la última parada del día.

                                                        

             Tomando la N-7200 y después de 27 kms. se llega a Learza, que no es ni siquiera un pueblo sino un señorío con varios edificios y donde se encuentra una pequeña joyita que es la iglesia de S. Andrés Apóstol. Me recibieron ladrando dos enormes perros pastores que, tras varios intentos, conseguí hacerme con su confianza y evitar males mayores.
               
            El edificio está declarado Monumento Histórico Artístico. Originariamente era medieval y conserva partes de estilo románico. La portada está formada por varias arquivoltas que descansan sobre columnas. Sobre el ábside se levanta una peineta con dos vanos que alojan las campanas. Lamentablemente no había nadie visible a quién poder preguntar la manera de acceder al interior, así que, tras algunas fotos, volví a montarme en la moto y continuar mi camino seguido por uno de los perros que no sé si me estaba echando de su territorio o despidiéndome con alegría por las caricias que le hice.


          





                 
           Mi alojamiento, un hotel rural, lo tenía en el cercano pueblo de Sorlada. Había quedado con el propietario a las 16 h. pero cuando llegué comprobé que el pueblo era tan, tan, tan rural que no tenía ni un mísero bar para tomar algo (para que veáis hasta que inhóspitos lugares puedo llegar en mis viajes). Pregunté a un lugareño que me dirigió hacia un pueblecito cercano (Murieta) donde encontré un lugar para reponer fuerzas y me entretuve haciendo algunas fotos del bonito paisaje haciendo tiempo para volver a Sorlada y tomar la habitación.



              Llegué al hotel. Estaba cerrado pero a los pocos minutos llegó el dueño que, mientras me lo enseñaba y conducía a mi habitación me dijo que de momento estaba solo pero que, quizás, esa tarde llegara una pareja y que si querían cenar el vendría y nos prepararía la cena a los tres pero que para mi solo … como que no. El hotel, cuyo dueño era escultor y me mostró una pequeña exposición que tenía en la bodega, era del tipo ecologista, naturalista y todos los istas que queráis añadirle ya que, según el folleto que había en mi habitación, seguía no se qué filosofía de Nelson Mandela ( ¡ me meto en cada sitio ¡ ). La habitación era acogedora y tras una buena siesta, bajé a ver que hacía porque en el pueblo como que mucha diversión no había. Para mi sorpresa me encontré con dos perros de considerables dimensiones (se ve que era mi sino en este viaje) pero mucho más amables que los de Learza y una pareja de mediana edad. Nos saludamos y subí a la moto para desplazarme hasta Estella, distante tan solo 21 kms. y que es la capital de la comarca donde me encontraba, pensando que así vería otra cosa y por lo menos podría cenar.
              
          La tal Estella no tenía nada de particular, callejeé un rato y me senté a cenar en un restaurante bastante normalito que me encontré al paso, para regresar a mi alojamiento y preparar el día siguiente.  


DÍA 4

            Después de un desayuno muy ecológico que nos preparó a los 5 (la pareja, yo y los dos perros) una chica que vino ex - profeso         , preparé el equipaje y me dirigí hacia mi primer destino del día que era Azcona con una lluvía no muy intensa pero persistente. Encontrar la ermita de Sª Catalina ya sabía que iba a ser algo complicado por la información que traía, así que conecté el google maps al móvil a ver que pasaba. Y lo que pasó fue que me dió un recorrido turístico bajo la lluvia por sitios como Ciriza, Casetas y Arizaleta, todo ello por caminos de cabras y sin poder parar a preguntar porque con la lluvia persistente no había un alma por ningún lado. Así que, con todo el dolor de mi corazón, desistí de llegar a la mencionada ermita que se halla solitaria y enigmática en medio del campo y que creo es una bella muestra del románico rural navarro.
               
            No sin dificultad encontré la N-7322 que en 7 kms. debía llevarme al Monasterio de Sª Mª de Iranzu. Cuando llegué la lluvia empezaba a amainar y, tras dejar la moto, me dispuse a visitarlo.
               
            Se trata de un edificio edificado entre los verdes valles que forman las montañas de Yerri y que cumple la función para la que fue levantado “un lugar en el fondo de un valle cerrado, cerca de un rio y que tenga como horizonte el cielo para estar más cerca de Dios”.

           De entrada yo le cambiaría el nombre y lo rebautizaría como “Monasterio de los gatos” ya que una multitud de felinos campaba a sus anchas por los jardines de entrada e incluso había alguno que tenía su propio apartamento.


           Pagué religiosamente la entrada (2,5 euros) y me dispuse a visitarlo, cosa bastante sencilla porque se trata de recorrer el claustro con las salas anexas al mismo. El monasterio fue un cenobio cisterciense del S. XII y luego pasó a manos de los benedictinos para quedar abandonado en el S. XIX y reconstruido en el S. XX y albergar a los teatinos que son sus actuales moradores.

                
              El claustro es gótico pero como fue construido entre los S. XII y XIV presenta una gran variedad de estilos. Llama la atención en el mismo una fuente hexagonal gótica que era usada por los monjes como lavatorio y en la cual tenían prohibido introducirse de cuerpo entero bajo pena de castigo de aislamiento.    




              Recorriendo el claustro se accede a la cocina, medieval y con una gigantesca chimenea …





          … el refectorio, el almacén, la sala capitular del S. XII que se conserva igual que la original y la iglesia con una iluminación natural muy lograda.



                 Después de la visita y despedirme de la señora que vendía las entradas y de los gatos, me monté de nuevo para dirigirme por la N-120 a la cercana Arizábal (solo 5 kms) donde me esperaba la ermita de S. Martín de Montalbán.    

                
               El edificio no se encuentra en el pueblo sino a unos 5 kms. por la N-7320 y no es visible desde la misma. Hay que dejar el vehículo en un edificio aislado que se encuentra en uno de los márgenes y buscar un camino no asfaltado que te lleva a ella. Todo esto lo llevaba muy bien aprendido lo que no contaba es que, con la lluvia, el camino se hallaba embarrado y me pusiera las botas perdidas. En fin, imprevistos en un viaje aventurero que se solucionarían con una lavada al llegar al hotel. Ascendí por el camino unos 1,5 kms. y llegué a mi destino. 

             Hasta hace poco el edificio se hallaba en estado ruinoso pero en 2012 fue restaurado y hoy presenta un estado muy similar al original. Es una pequeña construcción, aislada en medio del campo, con una sola nave, de una gran austeridad con un ábside semicircular. Lógicamente se hallaba cerrada y no pude acceder al interior, con lo cual me limité a hacer unas fotos de la misma y de los paisajes que la rodean.




              Regresé por el mismo camino (no había otro) terminando de arruinar mis botas y me encaminé hacia el siguiente destino que era Gazólaz y que se hallaba a 37 kms. siguiendo la N-7320, luego la N-7123, la N-7171 y la A-12.


               
           Al llegar me llamó la atención que cartel indicativo que ponía “Iglesia de Sª Maria” cuando yo llevaba en mis notas iglesia de Nª Sª de la Purificación pero, como en ese instante salía un grupo de visitantes patroneados por el que supuse el párroco, le pregunté y me confirmó que el nombre real era el que yo traía y que no sabía porqué la habían rebautizado (si el no lo sabía vaya usted a saber quien lo sabe).
              
          El edificio es muy bonito, porticado del románico tardío y construido en el S. XIII, aunque hay autores que lo remontan al S. XI. Es considerado el ejemplo navarro más destacado en su tipología. Aunque el párroco estaba cerrando conseguí que me dejara entrar por un momento pero, al tener una iluminación natural muy deficiente, estaba muy oscuro y no pude realizar ninguna foto adivinando entre tinieblas un retablo mayor bastante chulo.
               
          El exterior presenta una galería porticada de transición del románico al gótico y la puerta de entrada tiene en el tímpano un bonito crismón trinitario. El atrio está formado por tres arcos de medio punto con capiteles profusamente decorados y todos diferentes, entre los que pude distinguir la imagen de un toro alado, cabezas humanas y diferentes motivos algunos de clara inspiración morisca.





            Terminada mi última visita del día me dirigí hacia el cercano Zizur Mayor donde había reservado en un AC nada ecologista. Lavé mis embarradas botas y me fui a comer a un restaurante cercano bastante bueno. Al regresar empezó a llover con intensidad transformándose en una decente tormenta pero como yo estaba a cubierto y mi moto, aunque no es acuática, soporta bastante bien el agua, me pegué una siesta con las lluvia rebotando en los cristales (no digáis que no es una gozada).
                
          Por la tarde y sin lluvia me acerqué al centro del pueblo para dar un garbeo y encontrar un bar donde poder cenar y deprimirme con la derrota del Madrid con el PSG. Al hotel a descansar y preparar mi último día de ruta.


DÍA 5


          Desde Zizur Mayor me dirigí al cercano Zizur Menor buscando la iglesia de S. Miguel pero a todo el que preguntaba parecía no conocerla hasta que un señor cayó en la cuenta de que por lo que yo preguntaba era “la iglesia de Malta” como todo el mundo la conoce allí.

               
        Es un edificio situado en un altozano y presenta unas formas rotundas y robustas. La puerta de entrada presenta tres arquivoltas y un tímpano con un crismón trinitario.


             En el lado oriental hay un cuerpo añadido que se supone mandó construir el prior Juan de Beaumont para que sirviera de capilla funeraria.

          El elemento que más llama la atención es la torre militar adosada, con cuatro cuerpos en su origen y el almenado característico del espíritu militar de la Orden de Malta, aunque su función era básicamente hospitalaria. En lo alto ondea una bandera de la Orden (de ahí la confusión de los parroquianos al preguntar por la iglesia de S.Miguel). Al lado de este edificio se encuentra un albergue para peregrinos del Camino. 


             A 15 kms. de allí se sitúa Añezcar y hacia allá fui tras tomar la N-7027, la A-12 y la A-15 para visitar la iglesia de S. Andrés, erigida en la zona más elevada del pueblo. Es un edificio románico pero muy reformado, con una sola nave con bóveda de cañón. Lo más destacable es su portada tardorrománica cobijada por un curioso pórtico. Llama la atención la gran riqueza escultórica de las arquivoltas y los capiteles, pudiendo apreciar una cruz, un motivo heráldico, un mascarón, un crismón trinitario y figuras zoomorfas y antropomorfas.
  




                  Desde allí, por la N-240 recorrí los 11 kms. que me separaban de Larumbre para ver la iglesia de S. Vicente que en realidad son dos construcciones, la iglesia propiamente dicha de tipología claramente románica y un pórtico de características góticas con arcos apuntados y bóvedas de crucería. Me costó algo llegar hasta ella pues se haya edificada en lo alto de un cerro al que se accede por un camino empinado y sin asfaltar que mi moto superó con alguna que otra dificultad. Lo más llamativo es la escultura que decora el pórtico ya que, junto a temas más comunes ( el crismón, escenas de la infancia de Cristo ) aparecen otras más excepcionales como las relativas a la Pasión y de tipo eucarístico.






             Descendí con mucho cuidado por el empedrado camino y paré para hacer una foto de las bonitas casas que se encuentran en este pueblo.



               La ermita de Santiago se encuentra a la entrada de la población en el margen izquierdo.

                
                     Es un templo románico de una sola nave rematada por un ábside semicircular. La portada principal está empotrada en un cuerpo saliente y presenta un arco de medio punto con cuatro arquivoltas y capiteles adornados con diferentes motivos.



              Mi último destino a visitar en el viaje era un monasterio, el de Sª Mª de Zamartze y cercano a Pamplona. Llegué a el tras recorrer 25 kms. primero por la N-240 y luego por la AP-15.  Se trata de una casa milenaria ubicada en la calzada de Astorga a Burdeos que luego se convirtió en el primer Camino de Santiago. Con una construcción característica del románico rural navarro, levantada hacia el 1140 y declarado Monumento Histórico-Artístico, el enclave es idílico. Al pie de la sierra de Aralar y junto al rio Araquil, respira paz y tranquilidad por todos lados. Quizás por eso hoy en día es una casa de retiro espiritual.
                
              El conjunto, frente a unos amplios jardines, lo forman tres edificios. El más antiguo es la iglesia de Sª Mª del S. XII, de nave única, durante la Edad Media fue monasterio dependiente de la Catedral de Pamplona. El exterior con muros de buen sillar presenta una portada labrada estilísticamente siguiendo la escuela del Maestro Esteban.

               Lamentablemente no pude encontrar a nadie que me la abriera y visitarla por dentro, así que me conformé con hacer fotos del exterior y los alrededores e incluso de un picacho que la protege y donde anidan numerosos aguiluchos.
                
             







                 
            Retomé la A-15 para dirigirme a Pamplona donde iba a pernoctar esa noche. Mi hotel estaba en pleno centro en la Plaza del Castillo y tenía un parking de motos al lado lo que es de agradecer. Tomé la habitación y fui a dar un paseo por esta bella ciudad, hacer algunas comprar y comer, lógicamente estando en Pamplona, de tapeo. Así que entre en varios sitios de la calle Estafeta y terminé en uno de los más afamados (El Gaucho) justo al lado de mi hotel.

               
           Ya por la tarde salí a dar una vuelta topándome con otro piraillo que viajaba de camping y que trasportaba en el coche una bicicleta con un remolque curioso para poder transportar a su perro, un bulldog francés como el mio. Charlamos un rato, me invitó a un café y nos despedimos deseándonos “buen camino” como los peregrinos.


                 En la Plaza del Castillo se había formado un corro espontáneo de unas 50 personas que bailaban lo que supuse danzas típicas navarras. Era lo más parecido a una sardana pero en plan pamplonica.
                
              Recorrí la ciudad durante un buen rato para terminar en la plaza del Ayuntamiento, abarrotada de gente joven y con una iluminación muy bonita. Cené algo de camino al hotel y a descansar para al día siguiente emprender el regreso a casa.


DÍAS 6 Y 7   

            El regreso suponía una buena tirada (405 kms.) hasta Segorbe. Se toma primero la N-240, luego la AP-15 que te lleva a Zaragoza pagando el consabido diezmo revolucionario, después la A-220 hasta Cariñena y ya desde ahí la autovía mudéjar (A-23) a la que, por cierto, no le vendría mal un repaso del asfaltado y que te deja en Segorbe. Tomé el hotel, que ya era conocido por mí de una ruta anterior con un compañero (entrada: “Dos por la Sierra del Espadán”) y como el pueblo ya lo tenía muy trillado, pasé la tarde descansando y solo salí para cenar y regresar al hotel.
                
           Al día siguiente la A-23 hasta Valencia y desde ahí la A-7 para llegar a casa a mediodía.
                
        A los que habéis llegado hasta aquí o bien os gusta el arte o bien tenéis mucho tiempo libre. En cualquier caso, gracias por leerme.

P.D: Como se aproxima mi feliz jubilación y voy a tener mucho tiempo libre, estoy planeando una pequeña locura que hace tiempo me ronda el coco. Se trata de un viaje para recorrer con mi moto pueblos no demasiado conocidos de la Toscana italiana. Sería para la primavera del 2020 y, si al final cuaja, no preocuparos que la colgaré aquí. Agur.