sábado, 5 de agosto de 2023




                                           VERANO 2023 ( Segunda parte )

 

SEGUNDA PARTE: PUEBLOS DE FRANCIA

 

                Salí de Poblet muy ilusionado por visitar los pueblecitos franceses que había seleccionado y que, al parecer, tenían un encanto especial. Así que me dirigí devorando kilómetros al que había elegido como destino inicial para realizar mi recorrido.

                Se trataba de Cahors, enclavada en el valle del Lot en plena Occitania. Cuando llegué a mediodía me dejé guiar por el G. Maps para buscar el hotel, lo que me permitió recorrer casi toda la urbe y hacerme una primera impresión.

                Probablemente, en su momento, fuera una ciudad con cierta solera. Pero, en un primer vistazo y sin bajarme del coche, me pareció un lugar algo desfasado en el tiempo. Edificios bastante antiguos y no muy bien conservados, ausencia de lugares llamativos que despertaran mi interés y un aire como decadente y algo trasnochado.

                Llegué al hotel y dejé el coche en un parking gratuito cercano. El establecimiento seguía el mismo patrón que lo observado en mi recorrido. Hotel muy antiguo, con personal muy amable pero con habitaciones amplias que pedían a gritos una renovación. Muebles anticuados, cuarto de baño decimonónico, ausencia de A/A y otras comodidades que cualquier establecimiento de una o dos estrellas en España posee.

                En fin, es lo que había y se trataba de pasar una noche, así que dejé las cosas y me fui a buscar un lugar para comer algo y visitar lo más destacable del lugar.

                Y lo más destacable son únicamente dos cosas. La primera es el Puente de Valentré al que llegué dando un paseo. Se trata de una construcción de arquitectura de defensa medieval que atraviesa el rio Lot y posee una gran belleza. Se empezó a construir en el  1308, en plenas guerras franco-inglesas , con una misión claramente defensiva. Tiene 138 ms. de longitud y seis grandes arcos góticos, con tres torres almenadas y unos batacanes que dominan el rio. Se terminó en 1378 y, fuera o no casualidad, lo cierto es que Cahors nunca fue conquistada.     



         

               Lo recorrí haciendo fotos del rio Lot y bajé a tomar un refresco en un chiringuito estratégicamente situado con vistas al puente.




                Regresando por el mismo camino y casi en línea recta se llega hasta la segunda cosa que merece la penar ver: la Catedral de Saint-Étienne. Edificada en el centro histórico de la ciudad es un edificio románico que se levantó entre 1080 y 1135. Lamentablemente y dada la hora que era estaba cerrada y solo pude recorrer el exterior.

                La fachada fue reformada en el S.XIV tiene el aspecto de un castillo fortificado, con un campanario sobre el nártex escoltado por dos torres. El portal tiene tres arquivoltas, una galería y un rosetón.



              Rodeando el edificio me llevé una pequeña sorpresa. En uno de los laterales se encuentra una puerta que presenta claras influencia árabes, con un portal en forma de trébol que se remata con un fino ajedrezado.


                Encima de la misma encontramos una pared de ladrillos rojizos en la que se incrusta un arco apuntado y en la base cinco ventanas cegadas.

    

                Llamó mucho mi atención porque, que yo sepa, la influencia árabe no llegó hasta estas tierras por lo que supuse que es un añadido posterior y que el autor se inspiró en ese estilo arquitectónico. Tampoco he encontrado ninguna referencia en las páginas visitadas, así que si alguien conoce el origen de esta puerta me lo puede hacer llegar en la sección de comentarios.

                Para quien visite la ciudad y quiera ver el interior ( creo que el ábside y el claustro merecen la pena ) el horario es de 9 a 19 h. y la entrada es gratuita.

                El centro como tal se articula en dos pequeñas y animadas plazas al lado de la catedral, con gran cantidad de bares y restaurantes. En un italiano pedí una pizza carbonara con una cerveza y la verdad es que estaba muy buena .

                Regreso a mi vetusto hotel y a descansar para iniciar mi periplo por los pueblos de la Occitania.

                El plan era dirigirme a Rocamadour y después continuar para hacer noche en Cordes-sur-Ciel.

                Llegué temprano a Rocamadour y como había leído previamente, a no ser que seas un escalador o estés en una forma física excelente, llegar hasta los santuarios a pie puede costarte un ingreso hospitalario.

                Así que dejé el coche en el parking de pago situado abajo y me encaminé a tomar los ascensores que te llevan al lugar. Primera sorpresa ¡ son de pago ! y tienes dos opciones: tomar el ticket solo hasta el pueblo o bien hacerlo hasta los santuarios y luego tomar otro ascensor que te baja al pueblo. Yo opté por el completo y creo recordar que me soplaron 6 euros de vellón por subirme hasta lo más alto.

                La historia de Rocamadour es el mejor ejemplo de marketing religioso creo que de toda Europa. Lourdes y Fátima no le llegan a la suela de los zapatos.

                Resulta que en la Edad Media apareció el cuerpo momificado de un ermitaño que habitaba por allí: San Amador ( de ahí el nombre de la villa ). Pues bien, este hecho despertó enorme curiosidad en las gentes de los pueblos de la zona y comenzaron las peregrinaciones para ver sus reliquias. Se construyeron hasta 7 santuarios y miles de peregrinos llegaban hasta allí y subían los 216 peldaños de la gran escalera ( incluso de rodillas ) para orar en ellos.

                La bola fue creciendo y la popularidad del lugar aumentó al mismo tiempo que los ingresos.

                Cuando el funicular te deposita arriba no tienes más remedio que admirar la monumentalidad de la obra realizada sobre la misma piedra.


                    
   

    

                            Tras recorrer un túnel lleno de placas donadas por los fieles se llega a los santuarios que son siete capillas que rodean a una plaza central.

                Entré en una de ellas y, literalmente, no pude ver nada por la mala iluminación de su interior.


                Pasé a otra que tampoco pude ver porque se celebraba una misa privada para un grupo de jóvenes que iban vestidos tipo boy-scout y entonaban angelicales cantos. Salí y pasé por el lugar donde se supone que descubrieron el cuerpo del tal Amador, dirigiéndome a una zona de muralla para hacer fotos del castillo y encontrándome por el camino varios troncos de árboles con un martillo en la base atado con una cadena y que presentaban infinidad de chinchetas doradas clavadas. Un cartel al lado explicaba que podías pedir un deseo a San Amador si, previo pago de 1 euro, clavabas una chincheta en el tronco. ¡ Absolutamente demencial !.

                Hice algunas fotos del castillo y alrededores sin llegar a visitarlo ya que, según me informaron, la entrada constaba 2 euros y solo tenías acceso a recorrer la muralla y ver el patio interior.



                    Absolutamente decepcionado tomé el ascensor para descender hasta el pueblo que consiste en una única calle totalmente ocupada por infinidad de tiendas de diferentes mercancías, bares y restaurantes.


    

                Decidí que ya había hecho el guiri bastante y que no pensaba dejar que me sablearan más en nombre del bueno de San Amador. Tomé el ascensor de vuelta, recogí mi coche y puse rumbo al pueblo donde pensaba pernoctar.

                Cuando llegas a Cordes-sur-Ciel te das cuenta desde abajo de que es otro pueblecito construido en la montaña y que, sin llegar a los excesos de Rocamadour, su fuente principal de ingresos es el turismo. Como aún era temprano comí en un restaurante con bonitas vistas y me dispuse a seguir las instrucciones en francés que la dueña del apartamento me había enviado.



                Con gran dificultad por calles estrechas y empedradas conseguí llegar hasta el lugar indicado. La hora de entrada era las 16 h. y, aunque faltaban 20’, pensé que no habría problema en telefonear a la dueña y decirle que ya estaba allí. Pues no, en ninguno de los dos teléfonos que tenía me contestaron. Pregunté en una tienda cercana y nadie supo darme razón del establecimiento pomposamente llamado La Gite d’Olympe. Al final otra señora de otra tienda me dijo que el apartamento estaba en el edificio anexo y que ella tenía otro teléfono. Llamó y me indicó que en 10’ vendría un chico para darme las llaves.

                El aspecto del edificio era lamentable, viejo, ventanas desvencijadas y tres alturas (lógicamente mi apartamento estaba en la tercera planta). Llegó el chico,  me indicó que le siguiera y conforme ascendíamos por una desvencijada escalera de madera el alma se me iba cayendo a los pies: suciedad por todas partes, muebles y otros enseres apilados sin concierto. Para colmo, cuando llegamos a una puerta metálica que se supone era la entrada al apartamento, ninguna de las llaves abría a pesar de las instrucciones que recibía el chico vía telefónica. En ese momento me dije “ Antonio, tu no duermes aquí esta noche ni muerto “. Así que le dije al chico que au revoir, bajé a por el coche y salí escopetado hacia la salida del pueblo. En su descargo he de decir que me devolvieron por transferencia los casi 90 euros que había pagado anticipadamente por “aquello”.

                Como al pueblo se sube por un sitio y se baja por otro, en el camino pude ir apreciando lo que ofrecía. No dudo que tiene su encanto y que, en otra época del año, sea agradable de visitar. Pero en pleno verano lo que ví fueron hordas de turistas para arriba y para abajo y decenas de tiendecitas y bares similares a los de Rocamadour.

                Cuando salí de allí paré y reflexioné sobre qué hacer. Al final reservé desde el móvil una habitación en un establecimiento de una ciudad no muy alejada y que podía ser interesante: Rodez.

                Cuando llegué el G. Maps entró en pánico y no paraba de darme vueltas y decirme “Ha llegado a su destino”. Allí no había nada. Tras interminables paseos y preguntas y, casi de casualidad, encontré el sitio con un pequeño cartel con el nombre en la puerta. Introduje el código que me habían enviado y subí hasta la habitación asignada que tenía las llaves por dentro y estaba abierta. Es cierto que estaba limpio y los muebles imprescindibles que tenía eran nuevos … pero no dejaba de ser un zulo que, siendo generoso, entre pasillo, baño y dormitorio no llegaría a los 9 ms. cuadrados. Dejé las cosas, me tumbé en la cama y pensé que, aunque en mis viajes doy por asumido que hay días buenos y otros no tan buenos y que hay que aceptarlo, en este caso se me habían acumulado todos en el mismo día.

                Después de un largo rato y ya anocheciendo salí a buscar un sitio para cenar algo y regresé a mi zulo pasando por la bonita catedral gótica de la ciudad pero que al ser de noche no podía fotografiar.

                Al día siguiente, pensando que no podía ser peor que el anterior, me encaminé hasta el último pueblo “con encanto” que pensaba ver.

                Al llegar a Conques me llevo la primera sorpresa. Es otro pueblo colgado en la montaña con similares características y que tiene una entrada y salida bloqueadas por una barrera y un encargado de la misma. El hombre se empeñó en que para dejarme pasar tenía que pagar 6 euros. Tras una discusión de varios minutos y habiendo formado tras de mí una respetable caravana, el buen hombre consiguió entender que tenía alojamiento en el pueblo y me dejó pasar.

                Bien, solucionado. Pues no, de nuevo el G. Maps se puso cabezón y me llevaba por una calle en cuesta y adoquinada por la que no veía forma de pasar. Al final lo intenté con la primera marcha metida pero a mitad de la calle las ruedas me patinaban impidiéndome seguir. Con cuidadín y marcha atrás conseguí bajar al punto de partida donde, ya fuera de mí, tomé una decisión: “ Antonio, vete pa España”. Dicho y hecho salí del pueblo y la barrera se levantó sola, creo que se asustó al ver mi cara y pensó “O me levanto o este me parte por la mitad”.

                De nuevo tirado y sin lugar para dormir reflexioné sobre mi triste destino con los pueblecitos franceses de la leche. Cual era el primer pueblo en territorio español que estuviera en mi camino para seguir mi viaje ?: Vielha. Pues hala, reserva sobre la marcha en un hotel de Vielha y ¡ que viva España !.

                En el caso de Conques no me reintegraron el importe ya abonado pero el caso era salir como fuera.

                Llegué a Vielha feliz como una perdiz.

                Con este relato no quiero desanimar a nadie a visitar estos pueblos que, por otra parte, en época no estival deben ser encantadores pero también avisar de las dificultades que se pueden encontrar. Ni con mi antigua moto hubiera podido recorrerlos con tranquilidad.

                Siento la escasez de fotos en esta segunda parte pero, como es fácil de entender, no pude realizar casi ninguna.

                Un último apunte. A la semana de llegar a casa me llegó ¡una multa de los gabachos !.

                Al parecer iba a 76 kms./h en una carretera limitada a 70 y como allí el margen de error es tan solo de 5 kms/h para el jodido radar yo iba a 71. Con lo cual por ese kilómetro de exceso me han soplado 45 euros. Eso sí, en la transferencia que realicé les indiqué que por favor fuera un guardia a Rocamadour y clavara 45 chinchetas en mi nombre.

               

                


    

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