miércoles, 22 de agosto de 2018


                                    



                                            EN AGOSTO:  PIRINEOS

                               Con la llegada del verano y el disfrute de mis vacaciones, me había organizado un par de viajecitos en mi nueva moto. Siempre he sido un poco cabra y he tirado más al monte que a la playa y, con estos calores, mientras más al norte mejor. Así pues,  la primera de mis salidas la diseñé para recorrer por unos días una zona del pirineo oscense con muchos paisajes atractivos y bonitos pueblos para visitar en la que ya estuve hace años …. pero en coche.
                               Mi querida compañera de andanzas, aunque solo tiene 3 añitos y está como el primer día, lleva ya recorridos 52.000 kms y se planteaba el cambiar para obtener un precio razonable por ella. Probé no menos de 6-7 modelos y marcas, BMW, HONDA, SUZUKI y, aunque alguna de ellas me encantó y echaba de menos las ruedas grandes y las marchas, al final tuve que reconocer que la que más se ajustaba a mis necesidades y mejores prestaciones tenía era ... ¡ la mía !. Así que ni corto ni perezoso me he comprado otra Burgman 650, ésta de color blanco y que os presento más abajo y con la que espero disfrutar al menos de las mismas alegrías que con la anterior.




DÍAS 1 Y 2
                               Salí de Murcia con un calor sofocante para, en las proximidades de Alicante, tomar la A-7 que me llevaría hasta Valencia y allí continuar, con todo el dolor de mi corazón pues pagué casi 19 euros, por la AP-7 hasta pasar Villarreal y desde ahí por la C-42 hasta Tortosa. Podría haber continuado más arriba, pero como decidí adelantar la salida para que no me pillara el fatídico 15 y tenía que cuadrar los hoteles ya reservados, hice noche allí. Después de encontrar el hotel (al que me acompañó un colega motero al que pregunté) y dejar las cosas me dispuse a comer algo ya que el hotel (Berenguer IV, nada recomendable) no disponía de restaurante ni tan siquiera de una mísera cafetería. Tuve suerte, porque a pocos metros había un italiano donde saciar mi apetito, descansé un poco del viaje y me dispuse a conocer esta ciudad.
                               Me dí un paseo que me sirvió para, por un lado apreciar que la villa en sí misma no es especialmente bonita y por otro para tomar conciencia de que había entrado en territorios nada amistosos.




                              Para quitarme el disgusto me dirigí a ver dos bellezas que no entienden de provincianismos ni límites territoriales, una natural: el rio Ebro que a su paso por aquí presenta un aspecto impresionante …..



….. y otra artificial, la basílica-catedral de Tortosa, un imponente edificio gótico del S.XIV edificado sobre uno anterior románico, aunque su fachada barroca es del S. XVIII. Pagué la entrada correspondiente (3 euros) y pude ver el interior, donde me llamó la atención la cabecera formada por un ábside semicircular, rodeado de una doble girola, la única de esta clase que existe en Cataluña. El Altar Mayor está dedicado a la Mare de Déu de l´Estrella y consta de varias capillas entre la que cabe destacar la barroca de la Virgen de la Cinta. El claustro, de planta trapezoidal, posee hasta 6 curiosos relojes de sol y en el subsuelo hay un refugio de la Guerra Civil construido en 1937 que es visitable parcialmente.






                                    Seguí paseando y en el camino encontré algunos palacios destacables, el de Montagut, los de Despuig y Oriol que se hallan unidos o el de Oliver de Boteller.

                               Me quedaba por ver el Castillo de San Juan, impresionante fortaleza que domina la ciudad de origen romano y luego árabe para pasar luego a manos cristianas, siendo la residencia favorita de Jaime I de Aragón. Hoy en día es Parador Nacional, por lo cual mi interés por verlo decayó considerablemente.         
                               Saciada mi sed monumental era el momento de saciar otra más primitiva, así que seguí mi camino por la ciudad hasta encontrar un abrevadero decente para mi estómago. Una copita para hacer la digestión y buscar el ascético hotel donde descansar para continuar mi camino al día siguiente.
                               Convenientemente desayunado me puse en marcha por la C-12 para recorrer los 122 kms. que me llevarían hasta Lérida. Fue fácil encontrar el hotel (Zenit), moderno y confortable en nada parecido al de Tortosa. Dejé las cosas y me fui a callejear.
                               El monumento más importante y casi único de esta ciudad es la catedral antigua o La Seu Vella. Para llegar hasta ella hay que realizar una ruta que incluye el tomar dos ascensores y caminar un ratito, pero merece la pena.
                               Es del S.XIII, románica por tanto, pero de clara transición al gótico lo que se puede apreciar en sus cubiertas. Lo primero que visité fue el claustro, anormalmente emplazado delante de la fachada principal. Es de dimensiones excepcionales (48 m. de longitud, uno de los más grandes de Europa) y presenta 17 arcadas góticas, todas diferentes. La galería sureste constituye un espléndido mirador de la ciudad y comarca.




                       Desde el claustro se accede a la iglesia que sorprende por su desnudez ornamental. La explicación es que durante la Guerra Civil sirvió de cuartel militar y ya os podéis imaginar que ocurrió con sus ornamentos. Es de planta de cruz latina y los capiteles y portadas son preferentemente románicas, existiendo varias capillas laterales con alguna representación conservada. El paseo se completa con una visita exterior a la fachada principal que es la Puerta gótica de los Apóstoles y una visión del campanario, símbolo de la ciudad, de los siglos XIV y XV y con una considerable altura (60 m.)

                                                                        Interior


                                                                Fachada principal
                                                                       Campanario

                               Terminado el recorrido volví a entrar para tomar un ascensor que había visto de pasada. Y ahora viene el incidente desagradable. Pulsé el botón pero aquello no funcionaba y, después de insistir, sonó un pito y vi venir hacia mi hecha una furia a una madura empleada de la catedral que me gritó de malos modos en catalán que era un ascensor privado y que si no había visto el cartel. Inciso, yo el catalán lo entiendo y leo bastante bien pero no me da la realísima gana de tener que hacerlo por obligación. Así que le contesté en castellano a la airada vejestoria que el cartel estaba en catalán, lo cual la desconcertó y se dió la vuelta para, a medio camino, volverse y decirme que “ese es el idioma oficial de aquí”. No me quedó más remedio que corregirla y apuntarle que ese es un idioma co-oficial y que existe la obligación de roturarlo todo en castellano y catalán. La cenutria se marchó mascullando algo, en catalán por supuesto, pero pude entender claramente la expresión “fins als collons”.
                               Se me olvidaba que, junto a la catedral, se hallan los restos del Castillo de la Suda que no tiene mayor interés monumental. Tomé, ahora sí, los ascensores correctos que me devolvieron a la Plaza Mayor y me dispuse a buscar un sitio para comer, tarea algo complicada en un 15 de Agosto. Al final me apañé en un pequeño bar cerca del hotel y degusté un plato muy típico de estas tierras: los cargols (caracoles) a la llauna.
                               Reparadora siesta y a media tarde continué mi paseo recorriendo la orilla del rio Segre que atraviesa la ciudad y que tiene hasta 9 puentes que lo cruzan.


                           Entre que la ciudad no tiene mucho más que ver y que casi todo estaba cerrado por ser festivo, no me quedó más remedio que sentarme en una cafetería a tomar un refresco y hacer tiempo leyendo un libro hasta la hora de cenar e irme a la cama. Al día siguiente llegaban los Pirineos.

DÍAS 3 y 4
                               De mi destino final me separaban tan solo 120 kms. que se recorren por bellas carreteras que dejan intuir lo que vendrá después, primero la N-240, luego la N-123 y por último la A-138 que te llevan hasta Ainsa pasando por Barbastro, con su bella imagen de lazos amarillos colgados del puente.
                                Llegué a Ainsa sobre las 11 h. y localicé fácilmente gracias a las indicaciones el sitio para pernoctar los tres próximos días. Se trataba de un hotel familiar (Apolo XI) pero muy completo en sus servicios y habitaciones, incluso el dueño me ofreció la posibilidad de dejar la moto en el garaje sin coste alguno. Como hasta las 14 h. no podía tomar la habitación, opté por dejar las cosas y dirigirme a ver el pueblo que da entrada al Valle de Ordesa y Monte Perdido: Tolra. Para ello hay que tomar una carretera, la N-260, que iba a ser mi amiga inseparable durante los próximos días, ya que es la única forma de acceder a los sitios más bonitos de la Comarca del Sobrarbe. La carretera, en algunos tramos, se las trae. Hasta Boltaña es casi toda recta pero, a partir de ahí, se estrecha y revira enormemente, con curvas ciegas que, debido al intenso tráfico, hacen que prestes mucho cuidado y atención para no darle un “beso” al que viene de frente. Así que piano piano recorrí 45 kms. hasta Torla atravesando embalses y preciosos bosques.


                                  Tolra es un encantador pueblecito al más puro estilo medieval. Cuando llegué había mercado en la plaza principal, así que busqué un hueco para aparcar y me fuí a recorrer sus callejuelas adoquinadas y encantadores rinconcitos que encontraba a mi paso.
                            Casonas de los siglos XIII-XVIII, escudos infanzones, espantabrujas, inscripciones, ventanas con flores. Un deleite que me llevó  hasta la iglesia de S. Salvador.





                                                                   Iglesia de S. Salvador

                                   Hoy en día el pueblo vive en gran parte del turismo, sobre todo el dedicado al senderismo, ya que se pueden hacer innumerables rutas siendo la más conocida una de  2 h de duración que te lleva hasta una preciosa cascada denominada Cola de Caballo. Yo no la hice más que nada porque no me había traido los bastones ni las botas de montaña (es lo que tiene la moto). Así que, después de recorrer el pueblo, busqué un sitio para comer y descansar un rato antes de emprender el camino de vuelta por la misma autopista de peaje que me había llevado hasta allí.
                                         Regresé a Ainsa sobre las cinco de la tarde y, sin pasar por el hotel, me dirigí a visitar su precioso casco histórico, declarado Conjunto Histórico Artístico. Comencé por el Castillo que data de los siglos XI al XVII y conserva muy pocos elementos del original. Destacan la Torre del Tenente (hoy Ecomuseo), el gran patio y un portalón que se abre a la Plaza Mayor.



                                           La plaza está presidida por el edificio del Ayuntamiento y rodeada por soportales donde antiguamente se ubicaban prensas comunitarias para la prensa de la uva, hoy lógicamente se hallan ocupados por bares y cafeterías.


                                    Desde la Plaza Mayor me dirigí a la iglesia parroquial de Santa María, románica del S.XI con una sencilla portada y una torre de dimensiones únicas en el románico aragonés que tenía una importante misión defensiva, conservando aún las saeteras. El interior es de una sola nave, con una cripta subterránea y un minúsculo pero encantador claustro.




                                   Continué sin rumbo fijo callejeando por Ainsa y admirando, no solo el paisaje sino algunas casas notables como la de Bielsa o la de Arnal, para retornar a la Plaza Mayor y sentarme en una de las cafeterías a tomar algo.
  


                                  El cielo se había encapotado y pequeñas gotitas hacían presagiar que se avecinaba tormenta, así que tomé la moto rápidamente y bajé para buscar mi hotel. Tomé la habitación y salí para buscar donde cenar pero, en ese momento, los cielos se abrieron y una impresionante tormenta eléctrica comenzó a descargar. Entré bastante mojado en el primer restaurante que encontré y allí, mientras cenaba, dejé transcurrir el aguacero. Cuando la cosa se calmó volví al hotel y a dormir para seguir al día siguiente mi ruta prevista.
                               El día siguiente era el más intenso de todos, ya que tenía previsto visitar varios sitios. Así que salí tempranito por la maravillosa N-260 para tomar luego el cruce para Sabiñánigo por la N-330 (¡ esta si era una buena carretera !). Luego, en esta población se toma la A-23 que te deja en el primer sitio a visitar: Jaca.
                               La antigua Iacca es la capital de la Jacetania y sus orígenes parece ser que se remontan a los pueblos célticos. Constituyó un punto de vigilancia en la época romana de los caminos al Pirineo y fué un punto de resistencia de la dominación árabe constituyendo en el S.XI un castro (campamento militar fortificado) perteneciente al reino de Navarra. Jugó un papel importante en las Guerras Carlistas y en 1930 tuvo lugar la sublevación de Jaca, un pronunciamiento militar en contra de la monarquía de Alfonso XIII que, aunque no duró más de 24 h, sirvió como germen para la implantación posterior de la Segunda República Española. La ciudad ha sido citada y alabada por personajes tan dispares como Alfonso X El Sabio, Nebrija, Cervantes, Unamuno o Ramón y Cajal que vivió un largo período en ella.
                               Había varios lugares que me interesaba visitar. El primero era la Catedral de S. Pedro, románica del S.XI y construida por el rey Sancho Ramírez. Conserva su estructura románica primigenia con un pórtico primitivo y abovedado y un interior con planta de tres naves y cinco tramos. En el Museo Diocesano se conserva un fresco que se ha calificado como “la Capilla Sixtina del Románico” y que resume el catecismo en imágenes.





                                    Otro lugar a ver era la Torre del Reloj o Torre de la Cárcel, gótica de planta rectangular que se usó como campanario y también como cárcel durante largos años.



                                          Por último quería ver la edificación militar conocida como Ciudadela de Jaca, uno de cuyos cuartes acoge un museo de algo que a mí me encanta: el Museo de Miniaturas Militares. Lamentablemente la premura del tiempo me impidió verlo ya que se llevaba un buen rato al acoger 35000 figuritas de plomo que recrean batallas singulares.
                               Desde Jaca por la N-240 primero y luego desviándose por la A-1603 se llega hasta el Monasterio de S. Juan de la Peña. Al llegar una empleada de la garita de acceso me preguntó si quería ver el Monasterio viejo o el nuevo, algo que me desconcertó pues no sabía que hubiera uno “nuevo”. Le dije que los dos y me indicó que subiera en moto hasta el nuevo y luego bajara hasta ese mismo lugar, dejara la moto y fuera a pie (200 m) hasta el viejo.
                               Así lo hice, subí hasta el nuevo y aparqué al lado de cuatro imponentes Harley Ultra Limited (33.600 euros de nada). No me dieron envidia porque con cualquiera de ellas no podría hacer lo que hago con la mía, sobre todo en ciudad, así que  me fui a ver el monasterio. Lo único que hay que ver es la fachada porque el interior acoge un Centro de Interpretación y una Hospedería que se hallaba cerrada. No perdí más el tiempo y volví a por mi Burgman, dándome la impresión que el manillar se había ladeado y estaba mirando a las Harley con cierto desprecio.



                                   Desandé el camino, aparqué donde me dijeron y fui a visitar la joya que había ido a buscar: el “viejo”. Se trata de una construcción románica que fusiona naturaleza y arte. Probablemente fué edificado sobre un antiguo cenobio. Lo que hoy queda se realizó en el S.XI cuando el rey Sancho Ramírez cedió el conjunto existente a los monjes cluniacenses. En el Panteón real fueron enterrados durante cinco siglos algunos de los reyes de Aragón y Navarra y en el claustro se pueden admirar un conjunto de capiteles diferentes con temas vegetales y de animales fantásticos, todo ello bajo la gran roca que da nombre al monasterio. Os dejo algunas fotos de esta maravilla.







                                         Después de la visita retomé el camino y me dirigí por la A-1603, la N-240 y la A-176 para ver los dos últimos pueblos de mi intensa jornada. El primero se llama Hecho y el motivo de mi curiosidad era que representan de manera fidedigna la tipología de las construcciones del pirineo jacetano. Fachadas de piedra con ricas balconadas, pendientes techumbres de pizarra y chimeneas tronocónicas de varios metros de altura. Las denominadas Casa Mazo y Casa Gascón son buenos ejemplos. Además posee una iglesia románica dedicada a S. Martín y una torre, la torre Ysil utilizada de vigilancia en la Calzada Romana.





                                      Desde Hecho se toma la carretera A-176 que asciende durante 13 kms. hasta llegar a Ansó. Es una carretera ancha, con buen firme, poco tráfico y muchas curvas para poder darse un desahogo.
                               Ansó es un pueblo curioso. Entre casa y casa se han dejado unos estrechos pasillos de no más de medio metro que aquí se llaman “arteas”. Tiene una iglesia parroquial gótica de gran volumen dedicada a San Pedro. Solo pude ver la portada barroca porque se hallaba cerrada. El pueblo bien merece un tranquilo paseo y si os aventuráis por los alrededores en alguna excursión, tened en cuenta que es uno de los últimos lugares donde siguen existiendo osos autóctonos.



                                        Después de recorrerlo busqué un tranquilo restaurante para comer y lo hice acompañado de un pequeño amigo que se asomaba de vez en cuando por una rendija del muro junto a mi mesa. Algún bocado de atún se llevó.


                                      Descansé un buen rato y volví a darme un garbeo por el pueblo para estirar las piernas y prepararme para los 124 kms de carreteras de montaña que me traerían de vuelta a Ainsa, donde me senté tranquilamente en una terraza a leer un rato y esperar la hora de la cena. Mañana era mi último día pirenaico.

DÍAS 5 y 6

                                   Este último día lo tenía reservado para una pequeña excursión a Panticosa. A ella se llega por la N-260, N-330 y A-136 después de 84 kms. El paisaje es precioso, se atraviesan bosques y embalses, entre ellos el de Biescas, donde hice una pequeña parada. En el camino desde Biescas a Panticosa de pronto noté como una sombra encima de mi,  como iba despacio pude levantar la cabeza para descubrir asombrado a un enorme quebrantahuesos que me sobrevolaba. Aceleré un poco para que no me confundiera con una cabra o bicho similar y tuviéramos una discusión y de esta guisa llegué a Panticosa. Más que un pueblo en sí mismo es un lugar de turismo y recreo, con edificios modernos y muchas tiendas dedicadas al esquí y turismo de aventura.



                                 Asesorado por el dueño de mi hotel, me dirigí al lugar desde donde sale un teleférico (18 euros ida y vuelta) que tras un largo recorrido te deposita en casi lo más alto de la montaña. Desde allí hay dos opciones para subir a unos lagos o ibones que se encuentran bastante más arriba, una andando y otra tomar un autobús con enormes ruedas de montaña que hace el recorrido cada 30´.

                                                         Paisaje con Panticosa al fondo


                              Como ya he comentado no me había traido ni bastones ni botas de montaña, así que me decidí por la segunda opción (jé, jé) y mientras esperaba el autobús me entretuve haciendo fotos del imponente paisaje que desde allí se veía y de un rebaño de vacas salvajes que pastaban por el lugar ajenas a la presencia de los humanos (y supongo que acostumbradas).



                                  Me puse en la cola del autobús que era bastante larga y cuando lo ví llegar comprendí que todos los que estábamos allí no cabríamos en él. Aún así me quedé en mi lugar y, efectivamente, cuando faltaban 5 personas para que me tocara subir el conductor se asomó y dijo que estaba lleno y que solo quedaba un sitio. Como los que me precedían eran un matrimonio con una niña pequeña y una pareja, levanté la mano y ocupé el último asiento libre (ventajas de viajar solo). El autobús (7,50 euros) tras unos 25 minutos de traqueteo nos dejó en el lugar donde pudimos apreciar los ibones de cristalinas aguas azules en las que, por descontado, estaba prohibido bañarse (más que nada por riesgo de congelación). Como tampoco había mucho más que ver, esperé a que volviera el autobús y me depositara en el punto de partida para tomar de nuevo el teleférico y regresar a Panticosa.
                               Desde allí nace una carreterita algo puñetera que en 8 kms. te lleva al famoso balneario. Este es un complejo de relax, con varios hoteles con muy buena pinta y ausencia casi total de otros servicios. Eso sí, hay un gran parque que rodea a un pequeño lago artificial y en el que también está prohibido el baño. Si queréis desconectar una semanita del estrés, la ciudad, el calor, los políticos,  la suegra y los cuñados éste es el lugar indicado.
                               Después de unas fotos al lago y a una enorme (por la altura) pero pequeña cascada que se divisaba entre las rocas tomé el camino de regreso.




                                        Paré en Biescas para comer y después de darme un paseo por el pueblo, que me pareció encantador para tener allí un pequeño chalecito de vacaciones, regresé a Ainsa por el camino llegando a media tarde. Di una vuelta y, algo cansado, no me apetecía buscar un lugar para cenar, así que me fui al hotel donde por 15 euros me pegué un buen homenaje porque la cena era tipo buffet.
                               Al día siguiente me despedí de los Pirineos y me dispuse a meterme entre pecho y espalda los 255 kms. distantes del lugar donde pensaba dormir antes de retornar a Murcia. Así que A-138 pasando por Basbastro, N-123, N-240, A-22, C-45, C-12 y N-420 hasta llegar a Amposta, en el delta del Ebro. Busqué el hotel (Ciudad de Amposta) que  tenía 12 habitaciones y tan solo 3 ocupadas. Comí en el propio hotel y me dí una reparadora siesta.
                               Por la tarde salí a ver algo del pueblo y resulta que eran las fiestas patronales y había un desfile por la calle principal del mismo. Busqué un sitio para verlo y me quedé alucinando en colores con el mismo. Abría el cortejo una banda de música donde destacaban las féminas con unas preciosas minifaldas, le seguían varias carrozas con niñas muy jóvenes, la mayoría de las cuales iba mirando el móvil y cerraba aquello una especie de grupo de baile de brasileiras ampostinas. Si no me creéis os dejo testimonios gráficos del evento.




                                    Epatado por el espectáculo que acababa de presenciar me fuí a dar un paseo por la feria (unas fiestas sin feria no son fiestas), un gran lago artificial con patos dentro de un jardín (el lago no los patos) y buscar un sitio para cenar y, a ser posible, ver el debut liguero del mejor equipo del mundo (2-0 al Getafe). Conseguido todo lo anterior, al hotel a descansar que al día siguiente me esperaban 400 kms de autopistas (con maldito peaje incluido) y autovías hasta llegar a mi casa.

RESUMEN:  -      2050 kms recorridos
-          Gasolina: 100 euros
-          Peajes infames: 35 euros
-          Hoteles: 357 euros

VOY A DESCANSAR UNA SEMANITA, ULTIMAR TAREAS Y EL 27 SALGO DE NUEVO A OTRO LUGAR QUE YA OS CONTARÉ.