miércoles, 17 de octubre de 2018


                                 


                            EL ALENTEJO: PORTUGAL EN ESTADO PURO

                Por motivos profesionales conozco bastante bien la zona norte de Portugal. Lisboa, Oporto, Coimbra, Guimarâes, Braga son ciudades que he visitado (alguna de ellas varias veces) y que me han permitido tener amigos lusitanos. Pues bien, algunos de ellos me habían comentado que el Alentejo, zona del centro-sur del país, podía considerarse como el Portugal más auténtico, alejado del turístico Algarve y de las populosas ciudades del norte.
                Así que planifiqué mi último viaje del año, que ya entra el frio y la lluvia y hasta primavera no habrá ocasión de descubrir nuevos destinos, y me dispuse a conocer esta región portuguesa, llena de encantos y pueblecitos con marcado acento medieval que me prometían nuevas experiencias a lomos de mi nueva moto.
                Alentejo proviene de dos palabras portuguesas além (allende) y Tejo (Tajo), es decir, la zona situada más allá del rio Tajo. Es lugar de grandes dehesas de alcornocales (no en vano Portugal es el mayor país del mundo en producción de corcho) y viñedos y, además, es zona limítrofe con Extremadura y aún existen ciudades como Olivenza que los portugueses consideran como propia. El idioma tampoco es una barrera porque allí la gente se comunica contigo en “portuñol”, mezcla de portugués y español, además de que el portugués (si lo hablan despacio) es un idioma que puedo entender bastante bien. Por todo esto ….. ¡ allá vamos ¡.

DÍAS 1 y 2


            La distancia desde casa al primer pueblo del Alentejo era de 850 kms., por lo que se hacía necesario establecer una parada intermedia tanto a la ida como a la vuelta. La población elegida para la ida era Talavera de la Reina y hacia allá me dirigí por la A-30 para salir por Hellín y luego tomar la CM-412 y la CM-313. En este punto comenzó a llover (“buen inicio” pensé) y tuve que detenerme en un pueblecito y resguardarme hasta que la tormenta amainara. Después de una horita parado la cosa se calmó y pude proseguir hasta tomar la N-430 y luego la N-310 y la A-43 que me llevaría hasta Toledo. Con la parada por la lluvia mis cuentas horarias se habían roto y era la hora de comer, así que paré y busqué un abrevadero para reponer fuerzas.
            Después de saciar el hambre retomé mi camino por la A-40 primero y luego por la A-5 hasta llegar a Talavera y buscar el alojamiento. Era un edificio antiguo, en pleno casco histórico, rehabilitado como apartamentos muy confortables y equipados (Blue Windows House) con un precio muy asequible (55 euros). Tomé el mio, dejé las cosas y me fuí a visitar el casco histórico de la ciudad.
            Esta ciudad toledana atravesada por el Tajo debe su apellido a que fué un regalo que en 1328 el Rey Alfonso XI de Castilla le hizo a su prima María de Portugal con motivo de sus esponsales (en aquella época en vez de listas de boda en El Corte Inglés se regalaban ciudades enteras).
            Esta antiquísima ciudad parece que debe su nombre al topónimo prerromano Talabara y por ella han pasado sucesivas civilizaciones dejando su huella. Está dividida por el rio Tajo que es salvado hasta por cuatro puentes que unen los distintos barrios que la conforman.

        Lo primero que contemplé al salir fue parte de la muralla y la torre albarrana de origen musulmán y cristiano y que forman el primer recinto amurallado de la ciudad.



          Muy cerca se sitúa la Iglesia de El Salvador, con una bonita portada de estilo plateresco, dedicada hoy a punto de encuentro para actividades culturales.


            Desde allí, subiendo por una calle lateral, se llega a una plaza (la plaza del Pan, porque allí se situaba el lugar donde se repartía el pan a los talaveranos en épocas de escasez) que posee varios bancos adornados con la famosa cerámica de Talavera.



             En un lateral de la plaza se halla la Colegiata de Santa María la Mayor, que pasa por ser la iglesia más antigua de la villa. Es de estilo gótico-mudéjar y en su fachada se puede apreciar un bello rosetón gótico-flamígero del S.XV fabricado con técnicas de ladrillo mudéjar. En su interior está enterrado Fernando de Rojas autor de la Celestina.


          Seguí paseando por el barrio y descubriendo que la ciudad posee no uno sino dos teatros cercanos entre sí: el Teatro Palenque y el Teatro Victoria y varios museos, entre los que me llamó la atención el Museo de Cerámica Ruiz de Luna situado en la plaza de S. Agustín, con una bella fachada de estilo barroco talaverano y que, debido a la hora, se hallaba cerrado.

            Retorné a la calle Corredera donde estaba mi alojamiento y la recorrí hasta la Plaza del Reloj, pudiendo ver al pasar una torre que alberga en la base una capilla.


               Ya en la Plaza del Reloj, punto de encuentro de los talaveranos, busqué un sitio para cenar e irme a descansar para continuar al día siguiente hacia el Alentejo, siendo consciente de que me había dejado muchas cosas por ver en el tintero y siendo una buena excusa para volver por aquí con más tiempo por delante.
            Después de desayunar unos ricos churros en un bar cercano, tomé la N-502, luego la A-5 y después la EX  - A1  hacia Plasencia que enlaza con la A-66 hacia Cáceres y luego la N-521 que va a Valencia de Alcántara y penetrar en Portugal por la N-539.            
               Una vez en territorio portugués lo primero que encuentras es un pueblecito denominado Portagem (en castellano peaje) debido a que en su puente y su torre los viajeros debían pagar para continuar el camino. Desde allí se toma una carreterita que en 5 kms. de ascenso te deposita en el primer pueblo del Alentejo que iba a visitar: Marvâo. Al llegar, me detuve ante la muralla y pregunté en un puestecito de artesanía por mi hotel. Resulta que la encargada era de Zaragoza y muy amable me indicó que mi hotel no estaba en Marvâo sino en Portagem. Así que vuelta para abajo para localizarlo. Era el Sever Rio Hotel y al llegar la encargada me dijo que hasta las 14 h. no estaba lista la habitación. Mi reloj marcaba las 14 h. ¡¡¡ pero hora española !!!. Parece mentira con las veces que he ido a Portugal pero se me había olvidado que es una hora menos que aquí. Así que dejé las cosas en la recepción y me fui a dar una vuelta por el pueblecito que está atravesado por el rio Sever y que constituye un complejo de ocio dedicado fundamentalmente al turismo veraniego, con dos piscinas una fluvial y otra climatizada, un bonito parque y grandes zonas en las márgenes del rio que supongo muy concurridas en verano.



           A las 14 h. portuguesas tomé la habitación (muy cómoda y coqueta) y bajé a comer en el restaurante del hotel, luego a descansar un poco y volver a subirme en la moto para visitar, esta vez sí, Marvâo.
            Cuando llegas hay que dejar el coche/moto fuera de la muralla porque solo pueden entrar vehículos autorizados. Tras atravesar la puerta se percibe la sensación de estar en un pueblo de rincones. Caminando por las adoquinadas calles hacia el castillo vas descubriendo lugares entre casas con luminosas fachadas blancas y bonitas vistas de los alrededores, así como pequeños amigos que te vas encontrando a tu paso.




              Para llegar al castillo hay que atravesar los preciosos Jardines de Santa María junto a la iglesia del mismo nombre.


            Aunque el pueblo es pequeño, su localización estratégica dominando toda la comarca hizo que fuera muy disputado pues se hallaba muy cerca de la calzada romana que unía Cáceres con Santarém. El nombre del pueblo parece que deriva de que allí se instaló el caudillo musulmán Ibn Marwan. La villa y el castillo han pasado por diferentes manos, entre ellas varias veces por las españolas debido a su cercanía con la frontera. El castillo se levanta sobre una colina de cuarzo a 850 ms. sobre el nivel del mar, encerrando entre sus muros la villa medieval y distribuyéndose en tres líneas concéntricas defensivas. Tiene un gran patio central, otra fortificación interior donde se halla la Torre del Homenaje y lo que mejor se puede hacer es subir a la muralla y recorrerlo de manera circular admirando el paisaje y las vistas que lo rodean. No en vano hay un cartel en el patio central que dice “desde Marvâo se ve Europa”.







              Al salir del castillo volví a callejear sin rumbo fijo por las callejuelas y pude contemplar una preciosa puesta de sol. Como curiosidad me encontré un grupo de motos aparcadas en la puerta del único hotel del pueblo y les hice una foto. Como al ir a por la mía parece que la noté algo celosilla le hice una foto a ella también y emprendí el regreso hacia mi hotel para buscar un sitio para cenar una sopa (açorda en portugués) y bacalao, lo cual iba a ser una constante en mis días de estancia en Portugal. A la camita y mañana será otro día.





DÍAS 3 y 4
           
            Al despertar y asomarme a la ventana comprobé que una fina lluvia caía sobre Portagem. Bajé a desayunar y, después de preparar las cosas, la lluvia caía igual. Como no había más opciones subí a la moto y me dispuse a recorrer los 13 kms. que me separaban por la N-246 de Castelo de Vide pero, conforme avanzaba, la lluvia se iba haciendo más intensa de manera que al llegar a Castelo de Vide, se había transformado en un bonito aguacero. Dejé la moto medio resguardada y me dispuse a calarme y ver algo de esta ciudad.
            La ciudad se halla presidida por el castillo, al cual renuncié a subir. Si me atreví a dar una vuelta por las calles de la judería, que se remonta a los tiempos de Don Dinis en el S.XIII y es una de las mejor conservadas de Portugal. Calles escarpadas y estrechas que, bajo la lluvia, presentaban un encanto de otros tiempos.



           Terminé mi mojado paseo frente a la Fuente de la Villa que, junto a la Fuente de Mealhada son las dos más importantes de la ciudad. De esta última un dicho popular refiere que quién beba de su agua volverá al pueblo para casarse, lo cual en mi caso se hace harto improbable por no decir absolutamente imposible. En cualquier caso no bebí.


             Ascendiendo por las callejuelas llegué a una plaza donde se situaba la Capilla del Salvador del Mundo del S.XIII y entré en ella, más por resguardarme de la lluvia que por el interés artístico de su interior.


              Regresé hasta donde estaba mi moto, me armé de valor y continué bajo la lluvia para recorrer los 20 kms. por la misma N-246 que me separaban de Portalegre.
          Aunque menos, seguía lloviendo cuando llegué. Localicé mi hotel y aparqué en un lugar cercano. Era muy pronto para tomar la habitación, así que cogí la bolsa “entrepiernas” con lo imprescindible que lleva mi moto y me fui a dar una vuelta.
            El centro neurálgico de la villa es la plaza del Rossio, allí se hallan varios bellos edificios, un árbol del plátano plantado en 1838 (es decir, 180 añitos de nada) y que es Bien de Interés Público y un monumento dedicado a los caidos en “la Gran Guerra”, sin poder precisar de que guerra se trataba aunque pienso que no hay guerras “grandes” ni “pequeñas”, solo salvajadas entre humanos por un “quítame allá esa religión o ese trozo de tierra que es mio”.



               Ascendí por una calle atravesando la Porta Devesa, una de las entradas a la antigua ciudad medieval y me planté en una plaza donde se hallaba situada la catedral renacentista del S.XVI que no pude visitar, primero porque una férrea guardiana me lo impidió alegando que se estaba celebrando no se qué liturgia religiosa y segundo porque, aunque hubiera podido hacerlo, estaban prohibidas las fotos.


                     

               Regresé sobre mis pasos pasando por el Palacio Amarelo del S.XVII donde se exponen (si hubiera estado abierto) una colección de tapices portugueses y haciendo alguna foto de bonitos edificios algo abandonados pero que eran una muestra del antiguo esplendor de esta ciudad.




                  De vuelta al Rossio busqué un lugar para comer algo (menú: 1º açorda  2º bacalao al horno), tomé el equipaje y fui a tomar la habitación de mi hotel (Hotel Rossio, buenas habitaciones pero servicios y personal absolutamente nefastos).
             Después de descansar un ratito comprobé que la lluvia había dejado paso a un sol espectacular y que incluso hacía calor. Así pues, me dispuse a buscar un lugar que traía anotado como sitio a visitar: el Monasterio de S. Bernardo. Para llegar a él había que atravesar un jardín a la entrada del cual se levantaba una estatua de Juan III, el rey que concedió a esta villa el título de ciudad.




                Tras atravesar el jardín pregunté por el susodicho monasterio pero nadie parecía conocerlo, hasta que una señora de mediana edad me señaló una edificación de aspecto militar con sus garitas de guardia en la entrada. Aquello me resultó extraño pero seguí sus indicaciones y penetré en el recinto. Inmediatamente un teniente me detuvo con mirada inquisitorial, le pregunté por el monasterio y me indicó un edificio al fondo. Le dije que si se podía visitar y me contestó afirmativamente, se metió en la caseta y al poco apareció un sargento con unas llaves en la mano y me dijo que lo siguiera.
            El tal sargento (Lorenzo) chapurreaba español y entre eso y mi ligero conocimiento del portugués entendí que el edificio del monasterio había quedado integrado dentro de un cuartel de la Guardia Nacional Portuguesa, sin uso conocido y que albergaba una colección de mosaicos que es lo que yo buscaba. Me abrió la entrada y ¡ oh maravilla !, ante mí aparecieron varias salas decoradas con mosaicos azules portugueses, un mausoleo de un obispo realizado totalmente en mármol y dos salas con lo que supuse la sillería del coro. Lorenzo me dejó a mi aire haciendo fotografías y me explicó que los mosaicos eran muy parecidos (y afirmo que es cierto porque los he visto) a los existentes en la estación de tren de Oporto. El buen hombre, con cierta resignación, me dijo que el estado de abandono era debido a problemas “presupuestarios”. Estropicios culturales los hay en todos lados. Os dejo unas fotos del lugar.





              
                      Me despedí de Lorenzo dándole las gracias y me dirigí hacia el cercano edificio del Calvario que, lógicamente, se hallaba cerrado.


          Tomé el camino de regreso callejeando, volviendo a pasar por la catedral y bajando por la calle de O Comerçio, donde me detuve a tomar algo en un bonito bar con patio abierto y música árabe de fondo.

            Dí por concluida mi visita a esta urbe de 16.000 habitantes y me dirigí hacia el hotel para tomar algo (os ahorro el espectáculo inenarrable de lo que me ofrecieron para cenar la aburrida recepcionista y el aburrido señor que parecía uno de los dueños, más interesado en un partido de fútbol de Portugal que en atender a sus clientes). Así que a dormir que mañana concluía mi visita al Alentejo.
            Amaneció despejado y salí de Portalegre para recorrer los 57 kms. por la N-359 que me separaban de Estremoz, llegando sin complicaciones a esta ciudad que forma junto a Borba y Vila Viçosa una de las famosas ciudades del mármol.
            Aparqué en la Plaza del Rossio (como véis este nombre es una constante en los pueblos y ciudades de Portugal) y lo primero que me llamó la atención fue una impresionante iglesia (hoy Museo Diocesano) cuya fachada estaba íntegramente construida en mármol.


                     La ciudad se encuentra rodeada por una antigua muralla y dominada por la silueta de su castillo medieval del S.XIII, hacia el cual me encaminé pasando por calles empinadas y recoletas plazas, en una de las cuales (plaza de Pelourinho) se puede ver una antigua picota destinada a vaya usted a saber que rituales medievales.


                Llegué al castillo y atravesé una de las puertas de entrada para situarme en la zona noble del mismo.


                Este se halla erigido en una posición dominante sobre una colina, es de planta pentagonal con un recinto amurallado que se erige alrededor de la Torre del Homenaje, construcción espectacular realizada en mármol blanco que se conoce como la Torre de las Tres Coronas, pues parece que durante su construcción pasaron tres reinados.




                         En la actualidad es una lujosa pousada, resultado de la adaptación que el rey Don Dinis mandó realizar como residencia de su mujer Santa Isabel (no confundir con Isabel La Católica). La habitación donde falleció se puede visitar hoy en día como Capilla de la Reina y muy cerca se halla una estatua que la representa.




         Al lado de la Capilla se sitúa un edificio dedicado hoy a Museo Municipal con colecciones de artesanía y arte sacro y cerámica. Cuando yo entré había una exposición  de esculturas en barro pintadas, de pequeño tamaño que representaban diferentes oficios y escenas de la vida cotidiana de los habitantes de la zona y que, según me explicó la señora que estaba a cargo, se utilizaban como elementos decorativos para los belenes. Tuve la tentación de comprar alguna pero eran algo carillas y para belenes ya poseo uno del maestro Griñán, sin olvidar que vivo en la región donde Salzillo modeló “el Belén más bonito que vieran los tiempos” que diría Cervantes, así que pasé de la compra.
            Salí del Castillo por el arco contralateral al de mi entrada ….



                …. y comencé el regreso hacia la moto, quedándome sorprendido de que algunas de las calles por las que pasé estaban adoquinadas ¡¡ con mármol !!. Tengo que buscar algún contacto en Estremoz para que me envíen alguna tonelada a buen precio que quiero reformar el cuarto de baño. En el camino compré un par de piezas de cerámica para aceitunas que me gustaron porque llevan un depósito lateral para echar los huesos, cosa muy útil.
            Retomé el camino para recorrer por las N-4, A-6 y N-370 los 41 kms. que me separaban de Arraiolos.
            El pequeño pueblo de Arraiolos destaca especialmente por las alfombras y tapetes tejidos a mano y con motivos abstractos o representaciones de aves, flores o animales.
            Al llegar subí hasta el castillo, en muy mal estado y necesitado de una restauración a fondo, aprovechando para hacerle una foto a mi montura que se estaba portando de maravilla.





            Bajé al pueblo que, por lo demás, no tiene gran interés pero si mucho encanto. Una placita central, una iglesia (cerrada) y una calle comercial donde se arraciman las tiendas de alfombras y tapetes antes mencionados, en una de las cuales entré para llevarle un pequeño detalle a mi vecina que es la que se ocupa de vigilar a mi perro cuando viajo.
            Desde Arraiolos hasta mi último destino distaban 23 kms. por la R-114 y la IP-2. En el camino un pequeño susto, ya que adelanté a un automóvil cruzando la línea continua y al poco me ví detrás un coche de policía con luces y sirena incluidos. ¡La he cagado pensé!. Pero no, me adelantaron y siguieron a toda pastilla hacia alguna incidencia más importante que mi pisada de línea continua.
            Llegué a Evora hacia el mediodía, localizando mi hotel (un gran hotel de la cadena Galle que viene a ser en Portugal como la NH o la AC en España). Dejé las cosas, busqué un restaurante cercano (¿a ver si adivináis el menú? …. bingo) y descansé un ratito antes de adentrarme en esta bella ciudad.
            Evora está calificada como “Ciudad-Museo” y su centro histórico es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Sus orígenes se remontan al período Neolitico, pasando por épocas romana, visigoda, árabe, cristiana y en épocas más recientes, conquistada por tropas francesas para posteriormente pasar a ser definitivamente territorio portugués. De todo esto han quedado huellas que me dispuse a visitar.
            Monté en la moto y callejeé hasta llegar a la Plaza do Giraldo, epicentro de la urbe, con bonitos edificios con irregular interés.



             Desde ahí, mirando al Banco Nacional, se toma una calle comercial a la izquierda que asciende y donde se hallan ubicadas innumerables tiendecitas de artículos de regalo y cacharrería variada, donde solo faltan los toritos y las muñequitas flamencas. Así se llega hasta la catedral, edificio imponente de estilo románico con elementos góticos inspirada en las catedrales francesas medievales. Por supuesto cerrada a las 17,30 h.




                     Girando a la izquierda se llega al, quizás, monumento más representativo de la ciudad: el templo de Diana, templo romano del S.I cuyas columnas corintias se han conservado en muy buen estado.



            Al lado hay un pequeño parque con bonitas vistas y una escultura modernista que, al carecer de placa, yo he bautizado como “el beso”.


          Desde ahí retorné para visitar la iglesia de S. Francisco y su famosa Capela dos Ossos (Capilla de los Huesos), un lugar algo macabro cuyas paredes están revestidas por huesos humanos pero ¿lo adivináis?, estaba cerrada. Así que me dirigí hacia un jardín inferior muy tranquilo donde encontré un precioso palacio e incluso algún pavo real que posó orgulloso para la foto.



               Retorné a la Plaza do Giraldo para descansar y tomar algo, sorprendiéndome la gran cantidad de españoles que había en las terrazas. Teniendo en cuenta la cercanía con nuestro país y que era festivo (12 de Octubre) era hasta lógico. Terminé haciendo una foto de un bonito atardecer sobre la plaza …


             …. y volví a recoger la moto para regresar al hotel con la idea de tomar algo ligero e irme a descansar porque el día había sido intenso. Pero ¡¡sorpresa!!, cuando llegué al hotel me encontré el restaurante donde se servía un buffet libre ocupado por unos 200.000 japoneses a ojo de buen cubero, ataviados con una especie de chubasquero azul y atareados en devorar todo lo que había, dándoles igual que fuera sopa, fritorios, ensaladas, arroz o dulces variados. Un amable camarero se apiadó de mi y me buscó una mesita algo apartada de la invasión nipona y, con dificultad extrema, logré cenar algo de lo que aquellos pequeños hombrecitos de ojos rasgados habían dejado. Me retiré a descansar acordándome de Tokio y su santa madre.

DÍAS 5 Y 6
           
Salí de Evora al día siguiente y por la IP-2 entré en España con alivio, más que nada porque se me había olvidado activar el roaming con mi compañía y, salvo en la wifi de los hoteles, estaba desconectado del mundanal ruido. Tomé la A-6, luego la A-5 que me depositó en Badajoz y después la N-430 hacia Ciudad Real y la CM-412 hasta Almagro y Bolaños de Calatrava donde había planeado hacer noche (436 kms.)
Es curioso, hay sitios por los que pasas y, si no entras, nunca los conoces. Eso me pasó con Bolaños. Es un sitio por el que he pasado muchas veces, generalmente camino de Almagro, pero que nunca se me ha ocurrido entrar a visitarlo. Y tiene su encanto. Mi hotel se hallaba situado en el centro del pueblo, una antigua casa solariega transformada en hotel rural (Hotel Rural Doña Berenguela), al lado del castillo y la iglesia y cuyo propietario me había llamado para concretar la hora de llegada. Era lógico porque resulta que era el único huésped de las 8 habitaciones de que disponía. Me entregó la llave, me explicó el funcionamiento del hotel y se largó dejándome a cargo de todo el edificio.
Tras descansar un rato salí a visitar el Castillo aledaño, muy bien restaurado y que perteneció a Berenguela, hija mayor de Alfonso VIII y efímera Reina de Castilla porque abdicó en favor de su hijo Fernando. No pude ver el interior por estar cerrado.



La iglesia aledaña dedicada a S. Cosme y S. Damián no presenta gran interés en su interior. En el exterior posee una espadaña de características similares a la de la capilla de la Universidad de Salamanca. Dí una vuelta por las calles aledañas y cené en el restaurante anexo a mi hotel para irme a descansar.
Una vez conectado al mundo me había enterado que un huracán llamado Leslie había entrado por Portugal el mismo día que yo había salido pero claro, el pobre avanzaba a 60 kms/h y yo venía a 120-130 con lo cual era imposible que me pillara. Aún así, cuando me levanté, lloviznaba ligeramente. Preparé la moto y tomé la N-430 hacia Manzanares, luego la N-310 y después la A-43. La fina lluvia se transformó en lluvia gorda y, al llegar a La Gineta, hube de parar a tomar un café y esperar a que pasara. Aproveché un claro y tomé la A-30 hacia Albacete y, aunque la lluvia no me abandonó en todo el trayecto, era soportable y pude llegar a casa con relativa normalidad.
Hasta aquí el relato de mi ruta por el Alentejo, un bonito y cercano lugar del país vecino. Muy cerca de nosotros pero muy desconocido para la gran mayoría y que os recomiendo visitar si tenéis oportunidad.
Por el momento se han terminado mis rutas moteras, entra el frio y la lluvia y, salvo salidas cortas y puntuales, no planificaré nuevas rutas hasta la primavera.
Sed buenos.