EL ALENTEJO: PORTUGAL EN ESTADO PURO
Por motivos
profesionales conozco bastante bien la zona norte de Portugal. Lisboa, Oporto,
Coimbra, Guimarâes, Braga son ciudades que he visitado (alguna de ellas varias
veces) y que me han permitido tener amigos lusitanos. Pues bien, algunos de
ellos me habían comentado que el Alentejo, zona del centro-sur del país, podía
considerarse como el Portugal más auténtico, alejado del turístico Algarve y de
las populosas ciudades del norte.
Así que planifiqué
mi último viaje del año, que ya entra el frio y la lluvia y hasta primavera no
habrá ocasión de descubrir nuevos destinos, y me dispuse a conocer esta región
portuguesa, llena de encantos y pueblecitos con marcado acento medieval que me
prometían nuevas experiencias a lomos de mi nueva moto.
Alentejo proviene
de dos palabras portuguesas além (allende) y
Tejo (Tajo), es decir, la zona
situada más allá del rio Tajo. Es lugar de grandes dehesas de alcornocales (no
en vano Portugal es el mayor país del mundo en producción de corcho) y viñedos
y, además, es zona limítrofe con Extremadura y aún existen ciudades como
Olivenza que los portugueses consideran como propia. El idioma tampoco es una
barrera porque allí la gente se comunica contigo en “portuñol”, mezcla de
portugués y español, además de que el portugués (si lo hablan despacio) es un
idioma que puedo entender bastante bien. Por todo esto ….. ¡ allá vamos ¡.
DÍAS 1 y 2
La distancia desde casa al primer pueblo del
Alentejo era de 850 kms., por lo que se hacía necesario establecer una parada
intermedia tanto a la ida como a la vuelta. La población elegida para la ida
era Talavera de la Reina y hacia allá me dirigí por la A-30 para salir por
Hellín y luego tomar la CM-412 y la CM-313. En este punto comenzó a llover
(“buen inicio” pensé) y tuve que detenerme en un pueblecito y resguardarme
hasta que la tormenta amainara. Después de una horita parado la cosa se calmó y
pude proseguir hasta tomar la N-430 y luego la N-310 y la A-43 que me llevaría
hasta Toledo. Con la parada por la lluvia mis cuentas horarias se habían roto y
era la hora de comer, así que paré y busqué un abrevadero para reponer fuerzas.
Después
de saciar el hambre retomé mi camino por la A-40 primero y luego por la A-5
hasta llegar a Talavera y buscar el alojamiento. Era un edificio antiguo, en
pleno casco histórico, rehabilitado como apartamentos muy confortables y
equipados (Blue Windows House) con un precio muy asequible (55 euros). Tomé el
mio, dejé las cosas y me fuí a visitar el casco histórico de la ciudad.
Esta
ciudad toledana atravesada por el Tajo debe su apellido a que fué un regalo que
en 1328 el Rey Alfonso XI de Castilla le hizo a su prima María de Portugal con
motivo de sus esponsales (en aquella época en vez de listas de boda en El Corte
Inglés se regalaban ciudades enteras).
Esta
antiquísima ciudad parece que debe su nombre al topónimo prerromano Talabara y por ella
han pasado sucesivas civilizaciones dejando su huella. Está dividida por el rio
Tajo que es salvado hasta por cuatro puentes que unen los distintos barrios que
la conforman.
Lo primero que contemplé al salir
fue parte de la muralla y la torre albarrana de origen musulmán y cristiano y
que forman el primer recinto amurallado de la ciudad.
Muy cerca se sitúa la Iglesia de
El Salvador, con una bonita portada de estilo plateresco, dedicada hoy a punto
de encuentro para actividades culturales.
Desde allí, subiendo por una
calle lateral, se llega a una plaza (la plaza del Pan, porque allí se situaba
el lugar donde se repartía el pan a los talaveranos en épocas de escasez) que
posee varios bancos adornados con la famosa cerámica de Talavera.
En un lateral de la plaza se
halla la Colegiata de Santa María la Mayor, que pasa por ser la iglesia más
antigua de la villa. Es de estilo gótico-mudéjar y en su fachada se puede
apreciar un bello rosetón gótico-flamígero del S.XV fabricado con técnicas de
ladrillo mudéjar. En su interior está enterrado Fernando de Rojas autor de la
Celestina.
Seguí paseando por el barrio y
descubriendo que la ciudad posee no uno sino dos teatros cercanos entre sí: el
Teatro Palenque y el Teatro Victoria y varios museos, entre los que me llamó la
atención el Museo de Cerámica Ruiz de Luna situado en la plaza de S. Agustín,
con una bella fachada de estilo barroco talaverano y que, debido a la hora, se
hallaba cerrado.
Retorné
a la calle Corredera donde estaba mi alojamiento y la recorrí hasta la Plaza
del Reloj, pudiendo ver al pasar una torre que alberga en la base una capilla.
Ya en la Plaza del Reloj, punto
de encuentro de los talaveranos, busqué un sitio para cenar e irme a descansar
para continuar al día siguiente hacia el Alentejo, siendo consciente de que me
había dejado muchas cosas por ver en el tintero y siendo una buena excusa para
volver por aquí con más tiempo por delante.
Después
de desayunar unos ricos churros en un bar cercano, tomé la N-502, luego la A-5
y después la EX - A1 hacia Plasencia que enlaza con la A-66 hacia
Cáceres y luego la N-521 que va a Valencia de Alcántara y penetrar en Portugal
por la N-539.
Una
vez en territorio portugués lo primero que encuentras es un pueblecito
denominado Portagem (en castellano peaje) debido a que en su puente y su torre
los viajeros debían pagar para continuar el camino. Desde allí se toma una
carreterita que en 5 kms. de ascenso te deposita en el primer pueblo del
Alentejo que iba a visitar: Marvâo. Al llegar, me detuve ante la muralla y
pregunté en un puestecito de artesanía por mi hotel. Resulta que la encargada
era de Zaragoza y muy amable me indicó que mi hotel no estaba en Marvâo sino en
Portagem. Así que vuelta para abajo para localizarlo. Era el Sever Rio Hotel y
al llegar la encargada me dijo que hasta las 14 h. no estaba lista la
habitación. Mi reloj marcaba las 14 h. ¡¡¡ pero hora española !!!. Parece
mentira con las veces que he ido a Portugal pero se me había olvidado que es
una hora menos que aquí. Así que dejé las cosas en la recepción y me fui a dar
una vuelta por el pueblecito que está atravesado por el rio Sever y que
constituye un complejo de ocio dedicado fundamentalmente al turismo veraniego, con dos
piscinas una fluvial y otra climatizada, un bonito parque y grandes zonas en
las márgenes del rio que supongo muy concurridas en verano.
A las 14 h. portuguesas tomé la
habitación (muy cómoda y coqueta) y bajé a comer en el restaurante del hotel,
luego a descansar un poco y volver a subirme en la moto para visitar, esta vez
sí, Marvâo.
Cuando
llegas hay que dejar el coche/moto fuera de la muralla porque solo pueden
entrar vehículos autorizados. Tras atravesar la puerta se percibe la sensación
de estar en un pueblo de rincones. Caminando por las adoquinadas calles hacia
el castillo vas descubriendo lugares entre casas con luminosas fachadas blancas
y bonitas vistas de los alrededores, así como pequeños amigos que te vas
encontrando a tu paso.
Para llegar al castillo hay que
atravesar los preciosos Jardines de Santa María junto a la iglesia del mismo
nombre.
Aunque el pueblo es pequeño, su
localización estratégica dominando toda la comarca hizo que fuera muy disputado
pues se hallaba muy cerca de la calzada romana que unía Cáceres con Santarém. El
nombre del pueblo parece que deriva de que allí se instaló el caudillo musulmán
Ibn Marwan. La villa y el castillo han pasado por diferentes manos, entre ellas
varias veces por las españolas debido a su cercanía con la frontera. El
castillo se levanta sobre una colina de cuarzo a 850 ms. sobre el nivel del
mar, encerrando entre sus muros la villa medieval y distribuyéndose en tres
líneas concéntricas defensivas. Tiene un gran patio central, otra fortificación
interior donde se halla la Torre del Homenaje y lo que mejor se puede hacer es
subir a la muralla y recorrerlo de manera circular admirando el paisaje y las
vistas que lo rodean. No en vano hay un cartel en el patio central que dice
“desde Marvâo se ve Europa”.
Al salir del castillo volví a
callejear sin rumbo fijo por las callejuelas y pude contemplar una preciosa
puesta de sol. Como curiosidad me encontré un grupo de motos aparcadas en la
puerta del único hotel del pueblo y les hice una foto. Como al ir a por la mía
parece que la noté algo celosilla le hice una foto a ella también y emprendí el
regreso hacia mi hotel para buscar un sitio para cenar una sopa (açorda en
portugués) y bacalao, lo cual iba a ser una constante en mis días de estancia
en Portugal. A la camita y mañana será otro día.
DÍAS 3 y 4
La
ciudad se halla presidida por el castillo, al cual renuncié a subir. Si me
atreví a dar una vuelta por las calles de la judería, que se remonta a los
tiempos de Don Dinis en el S.XIII y es una de las mejor conservadas de
Portugal. Calles escarpadas y estrechas que, bajo la lluvia, presentaban un
encanto de otros tiempos.
Terminé mi mojado paseo frente a la Fuente de la Villa
que, junto a la Fuente de Mealhada son las dos más importantes de la ciudad. De
esta última un dicho popular refiere que quién beba de su agua volverá al pueblo
para casarse, lo cual en mi caso se hace harto improbable por no decir
absolutamente imposible. En cualquier caso no bebí.
Ascendiendo por las callejuelas llegué a una plaza donde se situaba la Capilla del Salvador del Mundo del S.XIII y entré en ella, más por resguardarme de la lluvia que por el interés artístico de su interior.
Regresé hasta donde estaba mi
moto, me armé de valor y continué bajo la lluvia para recorrer los 20 kms. por
la misma N-246 que me separaban de Portalegre.
Aunque
menos, seguía lloviendo cuando llegué. Localicé mi hotel y aparqué en un lugar
cercano. Era muy pronto para tomar la habitación, así que cogí la bolsa
“entrepiernas” con lo imprescindible que lleva mi moto y me fui a dar una
vuelta.
El
centro neurálgico de la villa es la plaza del Rossio, allí se hallan varios
bellos edificios, un árbol del plátano plantado en 1838 (es decir, 180 añitos
de nada) y que es Bien de Interés Público y un monumento dedicado a los caidos
en “la Gran Guerra”, sin poder precisar de que guerra se trataba aunque pienso
que no hay guerras “grandes” ni “pequeñas”, solo salvajadas entre humanos por
un “quítame allá esa religión o ese trozo de tierra que es mio”.
Ascendí por una calle atravesando la Porta Devesa, una de las entradas a la antigua ciudad medieval y me planté en una plaza donde se hallaba situada la catedral renacentista del S.XVI que no pude visitar, primero porque una férrea guardiana me lo impidió alegando que se estaba celebrando no se qué liturgia religiosa y segundo porque, aunque hubiera podido hacerlo, estaban prohibidas las fotos.
De vuelta al Rossio busqué un
lugar para comer algo (menú: 1º açorda
2º bacalao al horno), tomé el equipaje y fui a tomar la habitación de mi
hotel (Hotel Rossio, buenas habitaciones pero servicios y personal
absolutamente nefastos).
Después de descansar un ratito
comprobé que la lluvia había dejado paso a un sol espectacular y que incluso
hacía calor. Así pues, me dispuse a buscar un lugar que traía anotado como
sitio a visitar: el Monasterio de S. Bernardo. Para llegar a él había que
atravesar un jardín a la entrada del cual se levantaba una estatua de Juan III,
el rey que concedió a esta villa el título de ciudad.
Tras atravesar el jardín pregunté
por el susodicho monasterio pero nadie parecía conocerlo, hasta que una señora
de mediana edad me señaló una edificación de aspecto militar con sus garitas de
guardia en la entrada. Aquello me resultó extraño pero seguí sus indicaciones y
penetré en el recinto. Inmediatamente un teniente me detuvo con mirada
inquisitorial, le pregunté por el monasterio y me indicó un edificio al fondo.
Le dije que si se podía visitar y me contestó afirmativamente, se metió en la
caseta y al poco apareció un sargento con unas llaves en la mano y me dijo que
lo siguiera.
El
tal sargento (Lorenzo) chapurreaba español y entre eso y mi ligero conocimiento
del portugués entendí que el edificio del monasterio había quedado integrado
dentro de un cuartel de la Guardia Nacional Portuguesa, sin uso conocido y que
albergaba una colección de mosaicos que es lo que yo buscaba. Me abrió la
entrada y ¡ oh maravilla !, ante mí aparecieron varias salas decoradas con
mosaicos azules portugueses, un mausoleo de un obispo realizado totalmente en
mármol y dos salas con lo que supuse la sillería del coro. Lorenzo me dejó a mi
aire haciendo fotografías y me explicó que los mosaicos eran muy parecidos (y
afirmo que es cierto porque los he visto) a los existentes en la estación de
tren de Oporto. El buen hombre, con cierta resignación, me dijo que el estado
de abandono era debido a problemas “presupuestarios”. Estropicios culturales
los hay en todos lados. Os dejo unas fotos del lugar.
Me despedí de Lorenzo dándole las
gracias y me dirigí hacia el cercano edificio del Calvario que, lógicamente, se
hallaba cerrado.
Tomé el camino de regreso
callejeando, volviendo a pasar por la catedral y bajando por la calle de O
Comerçio, donde me detuve a tomar algo en un bonito bar con patio abierto y
música árabe de fondo.
Dí
por concluida mi visita a esta urbe de 16.000 habitantes y me dirigí hacia el
hotel para tomar algo (os ahorro el espectáculo inenarrable de lo que me
ofrecieron para cenar la aburrida recepcionista y el aburrido señor que parecía
uno de los dueños, más interesado en un partido de fútbol de Portugal que en
atender a sus clientes). Así que a dormir que mañana concluía mi visita al
Alentejo.
Amaneció
despejado y salí de Portalegre para recorrer los 57 kms. por la N-359 que me
separaban de Estremoz, llegando sin complicaciones a esta ciudad que forma
junto a Borba y Vila Viçosa una de las famosas ciudades del mármol.
Aparqué
en la Plaza del Rossio (como véis este nombre es una constante en los pueblos y
ciudades de Portugal) y lo primero que me llamó la atención fue una impresionante
iglesia (hoy Museo Diocesano) cuya fachada estaba íntegramente construida en
mármol.
La ciudad se encuentra rodeada
por una antigua muralla y dominada por la silueta de su castillo medieval del
S.XIII, hacia el cual me encaminé pasando por calles empinadas y recoletas
plazas, en una de las cuales (plaza de Pelourinho) se puede ver una antigua
picota destinada a vaya usted a saber que rituales medievales.
Llegué al castillo y atravesé una
de las puertas de entrada para situarme en la zona noble del mismo.
Este se halla erigido en una
posición dominante sobre una colina, es de planta pentagonal con un recinto
amurallado que se erige alrededor de la Torre del Homenaje, construcción
espectacular realizada en mármol blanco que se conoce como la Torre de las Tres
Coronas, pues parece que durante su construcción pasaron tres reinados.
En la actualidad es una lujosa
pousada, resultado de la adaptación que el rey Don Dinis mandó realizar como
residencia de su mujer Santa Isabel (no confundir con Isabel La Católica). La
habitación donde falleció se puede visitar hoy en día como Capilla de la Reina
y muy cerca se halla una estatua que la representa.
Al lado de la Capilla se sitúa un
edificio dedicado hoy a Museo Municipal con colecciones de artesanía y arte
sacro y cerámica. Cuando yo entré había una exposición de esculturas en barro pintadas, de pequeño
tamaño que representaban diferentes oficios y escenas de la vida cotidiana de
los habitantes de la zona y que, según me explicó la señora que estaba a cargo,
se utilizaban como elementos decorativos para los belenes. Tuve la tentación de
comprar alguna pero eran algo carillas y para belenes ya poseo uno del maestro
Griñán, sin olvidar que vivo en la región donde Salzillo modeló “el Belén más
bonito que vieran los tiempos” que diría Cervantes, así que pasé de la compra.
Salí
del Castillo por el arco contralateral al de mi entrada ….
…. y comencé el regreso hacia la
moto, quedándome sorprendido de que algunas de las calles por las que pasé
estaban adoquinadas ¡¡ con mármol !!. Tengo que buscar algún contacto en
Estremoz para que me envíen alguna tonelada a buen precio que quiero reformar
el cuarto de baño. En el camino compré un par de piezas de cerámica para
aceitunas que me gustaron porque llevan un depósito lateral para echar los
huesos, cosa muy útil.
Retomé
el camino para recorrer por las N-4, A-6 y N-370 los 41 kms. que me separaban
de Arraiolos.
El
pequeño pueblo de Arraiolos destaca especialmente por las alfombras y tapetes
tejidos a mano y con motivos abstractos o representaciones de aves, flores o
animales.
Al
llegar subí hasta el castillo, en muy mal estado y necesitado de una
restauración a fondo, aprovechando para hacerle una foto a mi montura que se
estaba portando de maravilla.
Bajé al pueblo que, por lo demás,
no tiene gran interés pero si mucho encanto. Una placita central, una iglesia
(cerrada) y una calle comercial donde se arraciman las tiendas de alfombras y
tapetes antes mencionados, en una de las cuales entré para llevarle un pequeño
detalle a mi vecina que es la que se ocupa de vigilar a mi perro cuando viajo.
Desde
Arraiolos hasta mi último destino distaban 23 kms. por la R-114 y la IP-2. En
el camino un pequeño susto, ya que adelanté a un automóvil cruzando la línea
continua y al poco me ví detrás un coche de policía con luces y sirena
incluidos. ¡La he cagado pensé!. Pero no, me adelantaron y siguieron a toda
pastilla hacia alguna incidencia más importante que mi pisada de línea
continua.
Llegué
a Evora hacia el mediodía, localizando mi hotel (un gran hotel de la cadena
Galle que viene a ser en Portugal como la NH o la AC en España). Dejé las
cosas, busqué un restaurante cercano (¿a ver si adivináis el menú? …. bingo) y
descansé un ratito antes de adentrarme en esta bella ciudad.
Evora
está calificada como “Ciudad-Museo” y su centro histórico es Patrimonio de la
Humanidad por la Unesco. Sus orígenes se remontan al período Neolitico, pasando
por épocas romana, visigoda, árabe, cristiana y en épocas más recientes,
conquistada por tropas francesas para posteriormente pasar a ser
definitivamente territorio portugués. De todo esto han quedado huellas que me
dispuse a visitar.
Monté
en la moto y callejeé hasta llegar a la Plaza do Giraldo, epicentro de la urbe,
con bonitos edificios con irregular interés.
Desde ahí, mirando al Banco
Nacional, se toma una calle comercial a la izquierda que asciende y donde se
hallan ubicadas innumerables tiendecitas de artículos de regalo y cacharrería
variada, donde solo faltan los toritos y las muñequitas flamencas. Así se llega
hasta la catedral, edificio imponente de estilo románico con elementos góticos
inspirada en las catedrales francesas medievales. Por supuesto cerrada a las
17,30 h.
Girando a la izquierda se llega
al, quizás, monumento más representativo de la ciudad: el templo de Diana,
templo romano del S.I cuyas columnas corintias se han conservado en muy buen
estado.
Al lado hay un pequeño parque con
bonitas vistas y una escultura modernista que, al carecer de placa, yo he
bautizado como “el beso”.
Desde ahí retorné para visitar la
iglesia de S. Francisco y su famosa Capela dos Ossos (Capilla de los Huesos),
un lugar algo macabro cuyas paredes están revestidas por huesos humanos pero
¿lo adivináis?, estaba cerrada. Así que me dirigí hacia un jardín inferior muy
tranquilo donde encontré un precioso palacio e incluso algún pavo real que posó
orgulloso para la foto.
Retorné a la Plaza do Giraldo
para descansar y tomar algo, sorprendiéndome la gran cantidad de españoles que
había en las terrazas. Teniendo en cuenta la cercanía con nuestro país y que
era festivo (12 de Octubre) era hasta lógico. Terminé haciendo una foto de un
bonito atardecer sobre la plaza …
…. y volví a recoger la moto para
regresar al hotel con la idea de tomar algo ligero e irme a descansar porque el
día había sido intenso. Pero ¡¡sorpresa!!, cuando llegué al hotel me encontré
el restaurante donde se servía un buffet libre ocupado por unos 200.000
japoneses a ojo de buen cubero, ataviados con una especie de chubasquero azul y
atareados en devorar todo lo que había, dándoles igual que fuera sopa,
fritorios, ensaladas, arroz o dulces variados. Un amable camarero se apiadó de
mi y me buscó una mesita algo apartada de la invasión nipona y, con dificultad
extrema, logré cenar algo de lo que aquellos pequeños hombrecitos de ojos
rasgados habían dejado. Me retiré a descansar acordándome de Tokio y su santa
madre.
DÍAS 5 Y 6
Salí de
Evora al día siguiente y por la IP-2 entré en España con alivio, más que nada
porque se me había olvidado activar el roaming con mi compañía y, salvo en la
wifi de los hoteles, estaba desconectado del mundanal ruido. Tomé la A-6, luego
la A-5 que me depositó en Badajoz y después la N-430 hacia Ciudad Real y la
CM-412 hasta Almagro y Bolaños de Calatrava donde había planeado hacer noche
(436 kms.)
Es curioso,
hay sitios por los que pasas y, si no entras, nunca los conoces. Eso me pasó
con Bolaños. Es un sitio por el que he pasado muchas veces, generalmente camino
de Almagro, pero que nunca se me ha ocurrido entrar a visitarlo. Y tiene su
encanto. Mi hotel se hallaba situado en el centro del pueblo, una antigua casa
solariega transformada en hotel rural (Hotel Rural Doña Berenguela), al lado
del castillo y la iglesia y cuyo propietario me había llamado para concretar la
hora de llegada. Era lógico porque resulta que era el único huésped de las 8
habitaciones de que disponía. Me entregó la llave, me explicó el funcionamiento
del hotel y se largó dejándome a cargo de todo el edificio.
Tras
descansar un rato salí a visitar el Castillo aledaño, muy bien restaurado y que
perteneció a Berenguela, hija mayor de Alfonso VIII y efímera Reina de Castilla
porque abdicó en favor de su hijo Fernando. No pude ver el interior por estar
cerrado.
La iglesia
aledaña dedicada a S. Cosme y S. Damián no presenta gran interés en su
interior. En el exterior posee una espadaña de características similares a la
de la capilla de la Universidad de Salamanca. Dí una vuelta por las calles
aledañas y cené en el restaurante anexo a mi hotel para irme a descansar.
Una vez
conectado al mundo me había enterado que un huracán llamado Leslie había
entrado por Portugal el mismo día que yo había salido pero claro, el pobre
avanzaba a 60 kms/h y yo venía a 120-130 con lo cual era imposible que me
pillara. Aún así, cuando me levanté, lloviznaba ligeramente. Preparé la moto y
tomé la N-430 hacia Manzanares, luego la N-310 y después la A-43. La fina
lluvia se transformó en lluvia gorda y, al llegar a La Gineta, hube de parar a
tomar un café y esperar a que pasara. Aproveché un claro y tomé la A-30 hacia
Albacete y, aunque la lluvia no me abandonó en todo el trayecto, era soportable
y pude llegar a casa con relativa normalidad.
Hasta aquí
el relato de mi ruta por el Alentejo, un bonito y cercano lugar del país
vecino. Muy cerca de nosotros pero muy desconocido para la gran mayoría y que
os recomiendo visitar si tenéis oportunidad.
Por el
momento se han terminado mis rutas moteras, entra el frio y la lluvia y, salvo
salidas cortas y puntuales, no planificaré nuevas rutas hasta la primavera.
Sed buenos.
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