domingo, 10 de noviembre de 2024

 



                                                

                                            EL CASTAÑAR DEL TIEMBLO

               

                    El otoño, junto con la primavera, son mis dos estaciones favoritas del año. La primavera nos rescata del sombrío y frio invierno y el otoño nos provoca una dulce sensación de melancolía y nos llena la vista con los colores ( amarillo, naranja, rojo, morado y marrón ) de los árboles y arbustos caducifolios que renuevan sus hojas.

                        Por ello decidí, para una nueva escapada, cambiar la belleza de las piedras románicas por esa otra belleza que la naturaleza nos regala.

                       En España hay muchos y variados lugares que poder visitar en esta época. La Selva de Irati en Navarra, la Sierra Cebollera en La Rioja, El Hayedo de la Tejera Negra en Guadalajara o la Sierra de las Nieves en Málaga son solo algunos ejemplos de maravillosos paisajes que podemos visitar.

                       Tenía que elegir uno no demasiado lejano que me permitiera conocerlo en tres días que tenía disponibles.

                     Así que buscando y buscando encontré un lugar en la provincia de Ávila que me fascinó por las fotos que vi. Se trataba de El Castañar de El Tiemblo, un pueblecito de Ávila, que se adaptaba a mi disposición y que, además, me permitiría conocer otro monumento en el que nunca había estado: los Toros de Guisando.

               De manera que, casi sin deshacer el equipaje de mi anterior escapada a las ermitas segovianas, me encaminé un jueves hacia esos parajes abulenses.



                Como ya estoy hasta el gorro de la A-3 que, vía Tarancón, me lleva a Madrid en un camino que se me hace aburrido y monótono por conocido, decidí cambiar y, al llegar a La Roda tomé la AP-36 que, aunque los moteros rehuimos las autovías/autopistas, a cambio del peaje me permitiría una conducción algo más entretenida. Así que pasé por Quintanar de la Orden, Aranjuez y Móstoles para, desde allí, tomar la M-501 que me llevaría hasta Cebreros, lugar que había elegido para pernoctar ya que la oferta hotelera en El Tiemblo era escasa y no muy atractiva.

                  Cebreros se encuentra situada en la comarca de Valle del Alberche y Tierra de Pinares al sur de la provincia de Ávila. Al parecer su origen se remonta a los vetones y, a día de hoy, es conocida sobre todo por ser la localidad natal de Adolfo Suárez, primer Presidente de la democracia española después de la Transición.

                 Los últimos kms. hasta llegar a ella transcurren por una revirada carretera de montaña donde, en algunos tramos, encontramos alguna estampa otoñal como aperitivo de los que había venido a buscar.



            Además, esta zona de Ávila se caracteriza por una escasa contaminación lumínica, lo que hace que en ella se encuentren instalaciones como una estación de seguimiento de espacio profundo de la Agencia Espacial Europea, localizada en Robledo de Chavela y cuya gran antena es visible desde muchos lugares.

       Al llegar me llevé una grata sorpresa. El hotel tenía mucho encanto, con una bonita decoración castellana, una agradable terraza, habitaciones cómodas y, sobre todo, un personal super amable que me hizo sentir muy cómodo. Como sabéis, ni hago publicidad ni suelo referirme a los lugares donde pernocto pero, en ocasiones, hago alguna excepción por si le sirve de referencia a algún lector. El hotel se llama El Castrejón y, después de dejar las cosas, su amable dueño me invitó a una cerveza en la terraza y charlamos un rato acerca de mi recorrido.

           Después de comer en su buen restaurante descansé un rato y, a media tarde, salí a dar una vuelta por el pueblo. Lamentablemente no llamó mi atención para nada. Una iglesia del S. XVI de estilo herreriano sin ningún atractivo. Otra antigua iglesia transformada en el Museo de Adolfo Suárez y la Transición, una picota y poco más. Así que vuelta al hotel y a preparar el día siguiente.

        El castañar se encontraba en la población del El Tiemblo, a 8 kms. de Cebreros. Al llegar pregunté y me encaminaron por una carretera donde, al poco, me detuvieron un par de personas con un chaleco amarillo.

          Es necesario que os explique el funcionamiento del tema por si alguno se decide a venir por aquí. Para llegar al castañar hay que pagar, cosa que no termino de entender, ya que es una zona natural de uso público. Es como si me cobran por ver y bañarme en las playas del Mar Menor o en un bonito bosque cercano a mi casa cuando salgo a pasear con el perro. Bien, las tarifas son las siguientes:

-          Los miércoles es gratuito.

-          Los sábados y domingos tienes la opción de coger un autobús que te lleva hasta la entrada por un precio de 2 euros ida y vuelta pero que suelen ir hasta arriba de gente.

-          Los lunes, martes, jueves y viernes hay que pagar. El precio son 6 euros por algo que denominan “ tasa municipal “ y a ello se le suman 2 euros más por pasajero del coche o la moto. Que esa es otra, te cobran lo mismo si vas en una moto liviana que en un mastodóntico 4x4.  De las mascotas no ponía nada. Con lo cual una familia de 4 personas que quiera darse un paseo por el lugar se gasta 14 euros por no se sabe qué. Del uso de esta recaudación os hablaré más adelante.

De manera que pagué 8 euros por mi moto y yo y me indicaron por donde seguir, una carretera asfaltada en el primer tramo que se transforma en una infernal pista forestal de arena, con baches profundos y zonas con piedras afiladas que hay que esquivar para evitar pinchazos.

De esta guisa llegué hasta la entrada donde se encontraban otros dos operarios con chalecos amarillos que me indicaron donde dejar la moto y a los que, con sorna, les dije que podían instalar un servicio de reparación de neumáticos allí porque sería un negocio seguro.

Bien. Vamos para allá ( no se dignaron darme ninguna explicación de por dónde ir ).

 Si os parece os comento primero la parte positiva de la visita y dejo para después la parte negativa.

 Nada más entrar la naturaleza nos envuelve con sus colores ocres, rojizos y verdes con un suelo tapizado por las hojas que se desprenden de los árboles.



Al poco de caminar  encontramos  una construcción que sirve de refugio y, cerca de allí, con la joya del lugar. Un castaño con nombre propio, “ El Abuelo “, un gigante que se data en 800 años y que, para su preservación, se ha rodeado de una valla de madera fácilmente salvable ( he visto fotos de grupos numerosos haciéndose fotos bajo el mismo y familias con padres inconscientes que suben a los nenes al tronco para hacerles un bonito recuerdo ).








Desde aquí iniciamos un  recorrido circular mal señalizado admirando la belleza de los diferentes sitios por los que transitamos. Grandes castaños que se elevan al cielo, enormes rocas vestidas con un manto verde de líquenes y musgos, zonas en las que se mezclan el ocre de los castaños con el verde de otros árboles no caduciformes como robles y pinos. Es un regalo para la vista. Os dejo fotos de este bonito lugar que, con tiempo soleado, es aún más espectacular ( en mi caso estaba cubierto ).  
















  Un apunte: os recomiendo traer botas de montaña ya que, bajo la hojarasca, el suelo es de piedras sueltas, ramas, troncos y desniveles y es fácil que se te doble el tobillo y tengas un bonito esguince como me pasó a mí.

Después de un recorrido de unos 4 kms. y si no nos hemos perdido regresamos al refugio y buscamos la salida.

Vamos con la parte negativa:

Si hacemos un pequeño cálculo de lo que el Ayuntamiento del Tiemblo ingresa con las numerosísimas visitas por la “ tasa municipal “ más la entrada individual nos sale algo parecido a … un pastizal. Pues bien, les doy algunas recomendaciones a los respetables próceres de qué hacer con el mismo:

-          Mejora de los accesos: una simple capa de asfalto en el tramo de la pista forestal mejoraría enormemente la llegada y evitaría pinchazos y sufrimiento de los amortiguadores con el consiguiente aumento de las visitas.

-          Vigilancia: en mi recorrido no encontré absolutamente a nadie que se preocupara de que los visitantes cumplieran las normas. El Abuelo puede ser asaltado sin problemas por hordas de visitantes incívicos. Se prohíbe recoger castañas y yo podría haberme traído sin problemas un saco de las mismas que me sirvieran para todo el invierno. Si alguien tiene un problema ( esguince, torcedura, fractura ) en el recorrido no tiene a nadie que le ayude. Le queda esperar a que otro visitante pase por allí o llamar al 112.

-          Señalización: la existente es manifiestamente mejorable, sobre todo para aquellos que no están acostumbrados a hacer senderismo. Unas simples flechas indicativas de la dirección a seguir sería suficiente.

-          Suministros: un pequeño kiosko en el aparcamiento que sirva lo básico ( bebidas, algo de comida, etc. ) no estaría demás.

En resumen: un lugar precioso que nos reconcilia con la naturaleza pero, en mi opinión, mal gestionado y administrado que solo sirve de fuente de ingresos para el Ayuntamiento de turno ( vamos, lo normal hoy en día ).

     Volví a montarme en la moto rezando por no pinchar y bajé hasta El Tiemblo que, por otra parte, no tiene nada de interés. Lo más bonito que encontré fue este árbol.  Busqué un lugar para comer y me encaminé hacia el segundo punto de interés de este viaje.



        Llegué hasta el lugar 10’ antes de su hora de apertura. Se trataba del recinto privado donde se ubican los denominados Toros de Guisando. Esperé a que lo abrieran y pagué la entrada a Quico ( 2,5 euros ), un señor muy amable que, dado que era el único visitante en ese momento, me acompañó en la visita explicándome detalles que no vienen en las guías.

        Los Toros de Guisando son un conjunto de cuatro figuras ( hasta el año 1548 eran cinco pero una se perdió ) de lo que se denominan verracos, es decir, esculturas zoomorfas de piedra granítica que se encuentran en España  en las provincias de Cáceres, Salamanca, Zamora, Ávila, Toledo, Vizcaya y Segovia y en Portugal en las regiones de Beira Interior Norte y Tras-os-Montes, de la época de los vetones y romanos ( hacia el S. V a. de C. ) cuya finalidad no está muy clara.

        Hay varias teorías al respecto de su significado: por un lado se cree que delimitaban terrenos dedicados al pastoreo, por otro, que pudieran tener un significado místico o religioso, concretamente el culto a los muertos o ritos funerarios (esto se debe a que varios están emplazados en caminos a necrópolis y algunos tienen grabadas inscripciones funerarias latinas de la época romana) o el culto a la fertilidad o incluso ser exvotos.

      En el caso que nos ocupa las cuatro figuras forman una unidad y su origen  vetón parece claro, aunque unas inscripciones encontradas en los costados de   los toros 1 y 2 ( contando de izquierda a derecha ) y utilizando una técnica llamada MRM ( Modelo Residual Morfológico )  y que hoy no son visibles, dicen en latín  “ Longino lo mandó hacer para su padre Prisco “ en el primer toro y “ Longino lo mandó hacer para su madre Longina “ en el segundo. Pero Longino era un vetón romanizado y  todos ellos miembros de una noble familia romana ( los Calaeticos ).






          El tercer toro tiene una curiosa historia. Al parecer fue alcanzado por un rayo y partido en dos, quedando la parte trasera semienterrada. Descubierta años más tarde se volvió a reconstruir, siendo visibles en el lomo las lañas  de acero que unen ambas partes. También es la única que presenta ojos y unos orificios en la parte superior de la cabeza, al perecer destinados a colocar unos cueros postizos en aquellas celebraciones religiosas en que utilizaban estas esculturas ( si pincháis en la foto para ampliarla se ven mejor ).



       Además de por las esculturas, este paraje tiene una importancia histórica ya que aquí se realizó en Septiembre del 1468 el Tratado de los Toros de Guisando, mediante el cual el Rey de Castilla Enrique IV proclamaba Princesa de Asturias y heredera legítima al trono de Castilla a su medio hermana Isabel ( la futura Isabel la Católica ).

         Para finalizar la visita le pedí a Quico que me hiciera una foto como testimonio de mi paso por este lugar.




          Regresé a Cebreros y, tras descansar un rato, me di otro paseo por los alrededores, cené en el mismo hotel y a dormir para regresar a casa al día siguiente.

          Salí temprano y me encontré con una espesa niebla que, en algunas zonas, formaba densos bancos que limitaban mucho la visibilidad y que me acompañó hasta Tarancón. Así que despacito conseguí llegar a Murcia sin contratiempos al mediodía.

      Como prometí en la anterior entrada he realizado esta escapada sin visitar ningún monumento románico, pero lo visto ha merecido la pena y espero que sirva a modo de guía por si algún lector quiere hacer lo mismo.

 

                        El siguiente viaje ….. ya se verá.

martes, 5 de noviembre de 2024

 



                                                        LAS ERMITAS

               

                A lo largo de los viajes relatados en este blog he dejado constancia de mi gusto por las construcciones del románico. He visitado gran cantidad de ellas y me sigue fascinando su belleza, su pureza de líneas, su rica simbología y, sobre todo, cómo sus constructores, con medios rudimentarios, fueron capaces de erigir entre los siglos XI y XIII estas edificaciones que han logrado perdurar hasta nuestros días.

               Hay muchos tipos de construcciones cristianas de estilo románico que podemos admirar: catedrales, basílicas, santuarios, parroquias, capillas y ermitas. Pero, de entre todas ellas, siempre he sentido especial predilección por las ermitas. Y os explico por qué.

       Una ermita originalmente era un lugar de oración y recogimiento que permitía a un fraile o ermitaño poder cultivar en paz su propia vocación particular. Está relacionado con el concepto de eremitorio, que es un lugar donde existen uno o más frailes o monjes eremitas, al estilo de los Padres del Desierto o Padres de la Tebaida del cristianismo. Posteriormente, el significado se extendió para incluir capillas, iglesias u otros santuarios, generalmente pequeños, situados por lo común en el campo y que no tienen culto permanente.

  Por ello, para mí las ermitas representan los lugares que con más pureza se identifican con los principios para los que fueron construidas: soledad, recogimiento y aislamiento del mundo material para conectar con Dios mediante la oración y el sacrificio. ​

  He visitado numerosas ermitas, algunas situadas en lugares de difícil acceso y la mayoría de las veces en solitario. Pero, independientemente de su mayor o menor belleza arquitectónica, en todas ellas siempre he sentido la misma sensación de paz, tranquilidad y desconexión de mi vida cotidiana en una ciudad.

Me quedan muchas por conocer pero, aprovechando el puente del 1 de Noviembre, decidí desplazarme hasta Segovia para contemplar tres de ellas que había descubierto en una web dedicada al románico. En ella se relacionaban hasta seis de estas construcciones, de las cuales tres  ya las había conocido en viajes anteriores, así que me dispuse a completar el itinerario recomendado por dicha web.

Como siempre pinchad sobre las fotos para ampliarlas.

 

 

Dejé Murcia el primer día de Noviembre con la congoja en el cuerpo por lo sucedido en días anteriores con la DANA en Valencia. En Murcia también tenemos experiencia en este tipo de fenómenos meteorológicos, algunos bastante recientes ( Los Alcázares ) pero, en ningún caso, tan destructivos como el sucedido en la contigua Comunidad y que, eso es lo peor, se ha cobrado un número de víctimas difícilmente asumible. Revisando hasta última hora todas las webs que informan de las predicciones inicié mi camino hasta Madrid con relativa tranquilidad porque ninguna informaba de que en Segovia hubiera previsión de lluvias abundantes.

           Al llegar a Madrid conecté el G. Maps para que me guiara por la A-6 hasta Cercedilla donde había establecido mi “ campamento base “ ya que en Segovia ( quizás por el puente y su cercanía a Madrid ) los hoteles se habían desmadrado con las tarifas. Pagar entre 120 y 150 euros por noche en un hotel normalito me parecía un abuso, además de que yo de Segovia poco más me queda por conocer.

Aunque me lo venía barruntando al llegar a la capital me chupé dos bonitos atascos, uno de una hora más o menos en la salida hacia la A-6 debido a un accidente y otro, ya en la carretera hacia Navacerrada porque a los madrileños, en cuanto pillan un puente, les da por escaparse y uno de sus lugares predilectos es la sierra de Guadarrama.

De manera que, entre eso y encontrar el alojamiento algo perdido en lo más alto del pueblo, llegué algo tarde. Comí algo en un lugar cercano y, después de una reparadora siesta, dediqué el resto de la tarde a leer un poco y pasearme por los alrededores.

Al día siguiente me dispuse a viajar hasta mi primer objetivo situado a 80 kms. ya en tierras segovianas.

            El viaje fue tranquilo salvo en los últimos kms. en los que mi amiga del G. Maps se empeñó en llevarme por la ruta más corta que era una bonita pista de tierra con sus piedras y baches incluidos.

Llegué a Requijada y, dado que iba buscando una ermita, no podía estar en el pueblo. Así que lo atravesé y, al salir del mismo, me encontré con un coche de la Guardia Civil que me indicaron como llegar a mi destino distante unos 2 kms.

Altiva, bella y solitaria, cercana a una carretera y rodeada por un bosque de encinas me di de bruces con la Ermita de la Virgen de las Vegas. Aparqué y me dispuse a visitarla en completa soledad.

El edificio se puede fechar en sus partes más primitivas en el S. XI formando parte del conjunto de edificios románicos sepulvedanos. Excavaciones recientes indican que se construyó sobre un mausoleo de época paleocristiana y así lo atestiguan dos tumbas que se encuentran en la galería porticada.


    



         Es de planta tipo basilical, con tres naves cubiertas de madera y tres ábsides, dos laterales con caras planas y uno central liso con un sencillo ventanal. La torre es de dos cuerpos aunque el superior se rehízo en el S. XVIII porque amenazaba ruina.




        Hacia el sur se encuentra el atrio o pórtico que es la parte más espectacular del edificio. Presenta una pura distribución románica, con siete arcos de medio punto muy peraltados y separados en dos tramos de tres y cuatro por una puerta con dos arquivoltas con guardapolvos que se apoyan en jambas.




Los capiteles de estos arcos se apoyan en columnas geminadas y consisten en cestas unidas que permitieron a los canteros tallarlos de manera individualizada con grandes relieves muy expresivos, encontrando un dromedario, sirenas-pájaro, centauros, sirenas-pez, cabezas de hombre y mujer entre volutas, etc.












La puerta de ingreso al templo es una pieza bellísima.

Se abre sobre un cuerpo resaltado y posee cuatro arquivoltas con chambrana ajedrezada y una rica decoración vegetal. La arquivolta exterior presenta flores de ocho pétalos con botón central, la segunda es ajedrezada, la tercera de baquetón y la interior tiene en cada dovela un motivo de róleos.  Descansan sobre jambas menos una pareja de columnas con arpías y leones.

Las enjutas tienen dos figuras que representan a la Virgen y al Arcángel San Gabriel en la escena de la Anunciación.

Llama poderosamente la atención la policromía de esta puerta que se ha conservado en bastante buen estado.






En la puerta había un cartelito con un número de teléfono para llamar si se quería visitar el interior pero, tal y como me temía, en un sábado de puente y a hora temprana, nadie descolgó al otro lado.

Terminada la visita hice unas fotos de los bonitos colores del otoño que me rodeaban y me dispuse a continuar en busca de mi siguiente objetivo.






Se encontraba no muy distante de allí ( 11 kms. ), en un paraje conocido como El Arenal y donde pregunté a una pareja con niños que encontré nada más llegar. Me chocó que me dirigieran hacia “ la iglesia “ pero seguí sus indicaciones.

El concepto de iglesia y ermita aún no está claro entre los no interesados en el tema. Cuando llegué y aparqué vi que aquello era claramente una ermita, en concreto, la Ermita de San Juan Bautista. Edificio pequeño, alejado del pueblo y, aparentemente, sin culto.

Un grave inconveniente se me presentaba. La construcción estaba rodeada de un muro con una puerta que comunicaba con el cementerio anexo y otra con una alta valla y cerrada con una cadena y un grueso candado. Hice una foto del exterior.




Rodeando el muro encontré en la parte posterior otra puerta más pequeña con una reja que terminaba en afiladas puntas. Con 30 años menos aquello hubiera supuesto un pequeño salto sin importancia pero con 69 primaveras había que pensárselo. Lo pensé y decidí que no había venido desde Murcia hasta aquí para irme sin verlo. Así que  despacito y con cuidado de que alguna de las puntas de la reja no se clavara en alguna parte sensible, logré acceder al interior del recinto.

El edificio presentaba claramente varias fases constructivas. La primitiva databa de finales del S. XII y comienzos del XIII, con dos naves y el atrio. En los siglos XVI y XVII se realizaron arcos formeros de separación entre las dos naves antiguas y en el XVIII se reformó la torre y convirtió el atrio románico en una nave mas. En 1983 se recuperó la galería porticada abriendo sus arcos.

Después de estas reformas nos ha llegado hasta nosotros una galería porticada románica de gran calidad y profusión decorativa. En el lado sur cuenta con ocho arcos, uno de ellos portada y apuntado y los otros de medio punto con chambrana y columnas con cimacios de temas geométricos y vegetales y capiteles con caballeros armados, aves fantásticas figuras humanas, leones. etc.










En el lado occidental continua el atrio con otros cuatro arcos uno de portada más ancho y abierto. Está decorado con arquivoltas de medio punto en baquetón y en zig-zag en dientes de sierra con semicolumnas con aves, sirenas, felinos, etc.






Destaca una arquivolta decorada  con once bustos humanos frontales presididos por otro busto que adelanta los brazos.




Parece evidente que los autores de esta galería procedían de diferentes talleres. Hay una serie de capiteles que muestran un mismo estilo, narrando escenas bíblicas como el Descendimiento o el Juicio Final en los que tallos vegetales diseccionan el capitel en partes que albergan diminutos personajes que el escultor no acertó a crear figuras creíbles.






Otro sería el que talló figuras llamadas “ aves monstruosas “ que realmente son dragones de largas patas con un entramado de tallos y hojas.




Otros capiteles menos originales con leones, arpías o cestas vegetales serían realizados por un autor más apegado a los esquemas habituales.




Terminada mi visita caí en la cuenta. Tenía que salir de allí. Me dirigí a la valla con puntas afiladas, la miré y le dije con actitud desafiante: “ a que no vamos a hacernos daño “. Tras varias maniobras con cuidado extremo conseguí aterrizar al otro lado del muro con la satisfacción que da el comprobar que no estoy en tan mala forma a pesar de la edad y los pocos cuidados.

El último objetivo del día distaba 36 kms. y hacia allí me dirigí. Se trataba de un pequeño pueblo denominado Aldehuelas de Sepúlveda y que, por mis referencias, solo algunos segovianos conocen su existencia. La verdad es que me meto en unos berenjenales que ni yo mismos me explico. Conseguí llegar hasta el mismo y pregunté a una familia que salía en ese momento. La pobre mujer se lió y me mandó por donde había venido a coger un desvío que me llevó a tomar por donde amargan los pepinos. Regresé a la aldea, la crucé y seguí varios kms. por un camino hasta que encontré un 4x4 aparcado en un lateral. Pregunté al conductor y, este sí, conocía el sitio y me encaminó. Resulta que estaba a unos 200 ms. saliendo de la aldea y que había que llegar andando porque el coche no podía pasar. Recordé con cariño a mi primera informante y me dirigí hacia mi objetivo que era la Iglesia de San Esteban  ( para ser puristas tampoco era una iglesia ). Un camino de agradable recorrido me depositó en la misma llevándome una pequeña decepción.

La iglesia ( ermita ) es románica. De una sola nave y un ábside semicircular con una espadaña del S. XVIII.

Es una construcción humilde que se engalana con una rústica galería porticada de pilares prismáticos y columnas con gruesos capiteles de bolas rudamente tallados.

Ha sufrido numerosas alteraciones. Está recrecida, parcialmente cegada y con un tramo tapiado.




El ábside se levantó en su parte baja con mampostería y el resto de sillería. Presenta dos columnas que lo seccionan en tres calles, la central con un ventanal con arquivolta sobre capiteles vegetales y aves.




Para curarme de esta pequeña decepción, en el camino de regreso hasta el coche hice algunas fotos del entorno, una de ellas de una planta desconocida para mí y otra de una piedra que el tiempo ha ido labrando ( no solo los canteros saben hacerlo ) hasta conformar la figura casi perfecta de un fox terrier sentado.








El plan era ir a Pedraza y comer una sopa castellana y un cochinillo en un sitio que había descubierto en un viaje anterior. Ya, ya. En pleno puente, cerca de Madrid, Pedraza estaba como el metro en hora punta. Entré por un lado y salí por otro con cuidado de no llevarme por delante a algún guiri madrileño.

Paré en el camino de regreso para comer lo menos parecido al menú previsto y llegar a Cercedilla ya anocheciendo. Cena frugal en el mismo establecimiento y a la cama para regresar al día siguiente sin contratiempos.

Comprendo perfectamente que, a quién no esté interesado en el románico, esta entrada le parezca una castaña. Yo quería completar el círculo de las ermitas más interesantes de Segovia junto a las ya conocidas ( S. Pedro de Gaíllos, la Asunción de Duratón y Pedraza ) y he cumplido el objetivo.

Para la próxima escapada que será ya ( de hecho no he deshecho el equipaje ) y que, por cuestiones laborales he adelantado, prometo que no habrá nada de románico. Visitaré un bosque en El Tiemblo de Ávila que, al parecer, en esta estación otoñal es una auténtica maravilla.

                                               Os tengo informados.