COSTA VICENTINA
Circunstancias que
no vienen al caso me han llevado a replantearme la forma de seguir ejerciendo mi afición por viajar. En la vida hay veces
que hay que pararse a pensar y, por mucho que el corazón te pida algo, el
cerebro te indica que no hay que confundir el deseo con la realidad.
De manera que, sin
renunciar a seguir viajando, he decidido cambiar las dos ruedas por cuatro, sustituyendo
mi querida Burgman 650 por una pequeña Vottam 300 c.c para matar el gusanillo y
realizar recorridos cortos que mantengan viva la llama.
Así que seguiré
contando en este blog mis viajes lo más
detallados posibles. Había pensado en crear otro pero es una pena desperdiciar
las 5000 visitas que lleva. A mi me sirve de estímulo y entretenimiento y a
quién lo visite espero que encuentre ideas para realizar sus sueños viajeros. A
fin de cuentas la vida es eso: conocer lugares y gentes, ver sitios que no te
imaginabas que existen, descubrir paisajes, olores y sabores distintos a los
habituales y, en resumen, sentir que sigues vivo y dispuesto a experimentar
nuevas cosas porque, si te paras, mala señal amigo lector.
De entre los
buenos amigos portugueses que conservo, algunos habían coincidido en que su
lugar preferido del país era una zona conocida como la Costa Vicentina . De
manera que he rescatado una ruta que tenía organizada antes de la pandemia para
hacerla en moto y la he fusionado con otra planificada hace varios meses por
Huelva, de esta forma mataba dos pájaros de un tiro … aunque fuera en coche.
La Costa Vicentina
se sitúa en el litoral sudoeste de Portugal con una extensión de unos 150 kms.
y está enclavada en el Parque Natural do Sudoeste Alentejano y Costa Vicentina.
Es una sucesión
continua de playas, unas con inmensos arenales y otras delimitadas por enormes
acantilados de esquisto y piedra caliza. Todo ello se salpica de pequeños
pueblecitos con encanto y de una variada flora ( alcornoques, quejigos,
madroños, pinos, eucaliptos, acacias, etc. ) y fauna ( varias especies de águilas,
halcón peregrino, cernícalos, cigüeñas, siendo éstas las únicas en todo el
mundo que anidan en roquedos marítimos ). Esta diversidad de fauna se completa
con varias especies de mamíferos, anfibios y reptiles.
Así pues, con esta
información previa, me dispuse a recorrer este algo desconocido lugar del país
vecino aprovechando los días libres de que disponía en Semana Santa.
Como el viaje dura
9 días, para no hacer su relato muy pesado ( suponiendo que haya alguien a
quien le interese ) lo he dividido en dos entradas, una Costa Vicentina y otra Huelva.
1 y 2 de Abril
La
primera etapa no tiene mucho que contar. Desde Murcia se llega a Puerto
Lumbreras para tomar la A-92 que, pasando por Granada, te lleva hasta Sevilla.
Había elegido para pernoctar un hotel algo alejado del centro, primero porque
mi intención no era recorrer una ciudad que conozco muy bien de múltiples
visitas anteriores y segundo porque, en los albores de la Semana Santa, los
hoteles más céntricos se suben a la parra y colocan tarifas desorbitadas.
Así que como mi
intención era simplemente descansar del viaje para seguir al día siguiente
había elegido el M.A Hotel Sevilla Congresos, un hotel muy cómodo y moderno y
con un precio adecuado, nada que ver con los hoteles del centro.
Dediqué la tarde a
pasear por los alrededores y, después de cenar tempranito, me retiré para
continuar el viaje al día siguiente.
Amaneció
espléndido, con una temperatura impropia de esta época del año. Así que,
después de desayunar, me dispuse a continuar mi camino y adentrarme en la
provincia de Huelva para llegar hasta Aracena donde tenía previsto visitar un
par de sitios antes de entrar en tierras portuguesas.
Desde Sevilla
hasta Aracena hay unos escasos 87 kms. que se recorren tranquilamente por una
agradable carretera de montaña bordeada de quejigos y castaños y en la que hay
que llevar cuidado porque es relativamente fácil que se te cruce algún lince o
alguna gineta.
Aracena es una antigua plaza árabe que poseía una
situación estratégica y donde se construyó una alcazaba que, posteriormente,
con la conquista cristiana por el rey de Portugal Sancho II en 1231 se
transformó en un castillo bajo el cual se encuentra uno de los lugares que
venía a visitar: la Gruta de las Maravillas. Pasó a formar parte del Reino de
Sevilla durante el reinado de Fernando II El Santo que continuó con su hijo
Alfonso X El Sabio que repobló la zona con astur-leoneses y gallegos y completó
la construcción de la iglesia-fortaleza.
Hoy en día es un importante enclave turístico debido sobre todo al
descubrimiento de la Gruta de las Maravillas objeto de mi visita.
Como era temprano
y la entrada la tenía a las 12,15 h. me dediqué a recorrer el pueblo, llamándome
la atención la gran cantidad de esculturas diseminadas por el mismo. Esta
iniciativa surgió en 1986 y ha dotado a Aracena de un extenso patrimonio cultural
que acoge la obra de más de 50 autores
contemporáneos de primer nivel, constituyendo un auténtico Museo al aire libre
y que es el mayor de España en cuanto a piezas que lo componen.
También desgrané el tiempo de espera viendo un precioso lavadero público cuyas aguas se nutren directamente de las que se filtran desde la Gruta de las Maravillas.
Llegada la hora de entrada me situé en la fila para iniciar el
recorrido.
Este auténtico
Monumento Nacional se encuentra en pleno centro de Aracena. Las entradas se pueden
adquirir on-line ( recomendable ) en la página web del Ayuntamiento de Aracena
o bien de manera presencial en la misma Gruta ( aunque es posible que estén
agotadas ). Los precios varían entre los
10 – 15 euros y permiten el acceso al Museo del Jamón y al Castillo.
La Gruta de las
Maravillas es una cavidad freática que se formó durante miles de años por la
acción erosiva de las aguas filtradas sobre la roca caliza donde se asienta el
castillo. La longitud total es de 2130 ms. de los cuales son visitables 1400,
pudiendo apreciar formaciones cársticas de extraordinaria belleza, con
estalactitas y estalagmitas, aragonitos, coraloides, etc. que forman rincones
con nombre propio: Sala de las Conchas, Sala de los Brillantes, Salón del Gran
Lago, Salón de la Cristalería de Dios, etc.
De alguna forma me
recordó, sin entrar en comparaciones, a otra formación cárstica que visité en
la provincia de Ávila: las cuevas del Águila y que también me impresionó por su
belleza.
Lamentablemente estaba terminantemente prohibido hacer fotos durante el recorrido, así que ( mis disculpas de antemano ) he recurrido a internet para tomar alguna foto y que os hagáis una idea de la belleza del lugar que, si pasáis por aquí, os recomiendo vivamente su visita.
Terminada la visita fui en busca de un lugar que no llevaba planificado pero que me había recomendado visitar un compañero del hospital y que se hallaba de paso en el cercano pueblo de Alájar. Se trataba de la Peña de Arias Montano. Es un lugar considerado telúrico enclavado sobre una montaña caliza y al que se retiró a meditar Benito Arias Montano, que fue bibliotecario del Monasterio del Escorial en tiempos de Felipe II, así como alquimista y astrólogo.
El lugar se haya
plagado de cuevas de las que solo algunas son visitables y en él creó Arias
Montano un gran jardín y estableció un observatorio astronómico. Posteriormente
se erigió en el S. XVI un santuario dedicado a Nª Sª de los Ángeles, de gran
devoción entre los habitantes de los pueblos aledaños. En el S.XVIII se levantó
la iglesia parroquial con una esbelta torre.
También se pueden apreciar otras estructuras como una portada
almohadillada llamada Arco de los Novios porque dicen que “ novios que pasan
novios que se casan “, así como una pintoresca espadaña que mira al horizonte y
que está flanqueada por dos garitas de significado incierto. Las vistas desde
allí son muy bonitas.
Como veis un lugar llamémosle “ diferente “ pero que a mi amigo le
impactó la primera vez que lo visitó. Alguna razón hubiera para ello.
Como ya era hora
de comer bajé hasta Alájar para, en uno de los varios restaurantes existentes
en la plaza del pueblo, reponer fuerzas acompañado de unos simpáticos vecinos
propiedad de un grupo de hippies que, por lo visto, abundan mucho por la zona
quizás atraídos por el encanto pseudo místico/telúrico/astronómico que dicen
tiene el lugar.
Terminada la comida continué el viaje
hacia el lugar donde tenía pensado pasar la noche ya en tierras
portuguesas.
Este no era otro que
Beja que, si bien no pertenece a la Costa Vicentina, me permitía iniciar al día
siguiente el recorrido de la misma desde un lugar relativamente cercano.
Beja es una ciudad que pertenece a la comunidad
intermunicipal del Baixo Alentejo. Se cree que tiene un origen céltico, allá
por el 400 a. C y, durante la época romana, fue sede de una de las cuatro
divisiones de la Lusitania que creó el emperador Augusto.
Posteriormente
pasaron los suevos, alanos y visigodos para ser conquistada por los árabes y formar
parte del Reino Taifa de Sevilla ya con su nombre actual, para pasar en 1262 de
forma permanente a manos cristianas.
La verdad es que,
no sé si por ser domingo o por algún otro motivo, la impresión que me causó
esta ciudad no fue nada positiva. Calles estrechas y con poco encanto,
edificios mal conservados con ese poso de dejadez que he visto en otras
ciudades portuguesas. Ausencia de vida en las calles donde la mayoría de gente
que encontré eran inmigrantes ( sobre todo indios y paquistaníes ) que dejaban
correr las horas dormitando al sol sobre bancos o charlando sentados en los
bordillos y ,como ya he dicho, era festivo con lo que estaban cerrados todos
los establecimientos comerciales y lugares de restauración.
De manera que
busqué mi alojamiento y aparqué en un lugar cercano que, a día de hoy, aún no
se si estaba permitido.
En Portugal son
muy populares los llamados “ alojamientos locales “, establecimientos a mitad
de camino entre casas rurales y lo que nosotros llamaríamos pensiones que por
un precio bastante asequible ( entre 50-60 euros la noche y que en muchos casos
incluyen el desayuno ) te ofrecen una habitación con baño privado relativamente
aceptable.
En mi caso había
elegido uno que respondía al pomposo nombre de Guest House Stories. Una amable
encargada me hizo el chek-in y me indicó como llegar a mi habitación situada en
un segundo piso con dos tramos de escaleras casi verticales que invitaban a un
bonito descalabramiento. Las habitaciones estaban dedicadas cada una a un
escritor portugués y la mía, aunque pequeña y algo incómoda, permitía la
función de pasar la noche para continuar mi periplo. Dejé las cosas y fui a ver
lo que traía anotado como más relevante del lugar.
Lo más destacable
de Beja es su castillo. Se trata de un castillo medieval construido por orden
del Rey D. Dinis en el S. XIII sobre unos cimientos romanos. Su planta es
pentagonal y consta de seis torres, entre ellas la torre del homenaje
considerada como una de las más bellas de Portugal.
Lógicamente no pude visitar el interior. ¡¡ Si no había un maldito bar
abierto en toda Beja lo iba a estar el castillo !!.
El otro punto a
visitar era la Catedral, al lado mismo del castillo. Está dedicada a Santiago
el Mayor y fue construida en el S. XVI en estilo manierista.
Pude entrar porque había misa y lo más destacable de su interior es un conjunto de azulejos típicos portugueses en blanco y azul que decoran las capillas laterales.
Bien, una vez visto lo más representativo de la ciudad, me enfrentaba a
una ardua tarea: encontrar un sitio donde cenar algo antes de irme a la cama.
Misión imposible. Me recorrí casi toda Beja y lo más parecido que encontré a un
abrevadero fue una tienda regentada por indios vs pakistaníes con productos
variopintos en la que mi sexto sentido de digestólogo avezado me hizo dar media
vuelta. De manera que en ayuno y abstinencia me fui a dormir pensando en el
desayuno del día siguiente ( no pasa nada por no cenar una noche, solo unos
molestos ruidos intestinales que desaparecen en cuanto consigues dormirte ).
Café con leche,
una tostada, algo de bollería y un zumo reconfortaron mi espíritu y me ayudaron
a descender mi particular Everest con el equipaje sin partirme la crisma. Salí
de Beja pensando que, salvo extravío o causa de fuerza mayor, era harto
improbable que volviera a revisitar esta alegre ciudad.
3 de Abril
Mi primer destino
ya en la Costa Vicentina era Sines, separada de Beja por 98 kms. que se
recorren por buenas carreteras aunque ayudado por mi Google Maps. Aquí os
quiero contar algo. En Portugal existen 3 tipos de carreteras: las comarcales,
regionales o nacionales como en España, las autovías/autopistas con peaje
manual en cabinas también igual que en España y las de peaje electrónico que
tienen varias formas de pago. Para estas últimas yo os recomiendo el Easytoll
Portugal On Line. La cosa es bien sencilla, accedéis a este enlace https://www.portugaltolls.com/es#easytoll
y allí asociáis la matrícula de vuestro vehículo con una tarjeta de crédito.
Cada vez que paséis por un tramo de estas autopistas, foto al canto y cargo en
la tarjeta. Tiene una validez de 30 días desde el momento en que realicéis el
trámite pero es una manera cómoda de despreocuparos en vuestro recorrido. Si es
de pago manual pagáis y ya está y si es de pago electrónico hacéis el trámite
anterior y ¡¡ a recorrer Portugal sin preocupaciones !!.
Así que
recorriendo diferentes carreteras portuguesas llegué a Sines.
Sines es famosa por dos motivos: ser la cuna del
navegante portugués Vasco de Gama y poseer la más grande y primera zona
portuaria de Portugal. Cuando llegué y siguiendo mi instinto de veterano
viajero aparqué justo al lado de su castillo. Su historia pasa por romanos,
visigosos, vándalos, etc. etc. hasta que en el S. XIII fue confiada a la Orden
de Santiago con sede en Santiago do Cácem.
El castillo
conserva su estructura medieval, las murallas coronadas de almenas y la Torre
del Homenaje.
Lo
fui recorriendo en su perímetro hasta darme de bruces con la estatua de Vasco
de Gama, insigne marino portugués que fue el primer europeo en llegar a la
India por vía marítima ( Ruta de las Especias ).
Bordeando el castillo pude apreciar los
cañones defensivos originales que defendían la ciudad de ataques de piratas y
corsarios.
Estaba cerrado y no pude acceder al
interior pero si hacer una foto desde la puerta de acceso.
Callejeé un rato y volví a por el coche
para salir de Sines, no sin antes hacer unas fotos de su puerto y su magnífica
playa.
Del siguiente punto me separaban tan solo
16 kms. que se convierten en un auténtico espectáculo de playas vírgenes y
solitarias que te obligan a parar y fotografiarlas cada dos por tres.
De esta manera se llega a Porto Covo.
Porto Covo es un pequeño pueblecito, casi desconocido,
pero que en los últimos años se ha convertido en un lugar turístico muy
demandado. Sus playas y sus paisajes constituyen un reclamo para turistas de
toda Europa.
Consta de una encantadora placita central de la que parte la calle
principal llena de restaurantes y tiendas de regalos que te lleva hasta un
mirador donde poder apreciar su costa y un pequeño y encantador farito.
Paseé tranquilamente por ella, disfrutando de la buena temperatura y de
la escasa aglomeración de turistas que aquí se concentran en la época estival.
Entré en una tienda para comprar algún recuerdo y me llamó la atención el
perfecto español que hablaba la encargada ¡¡ es que era de Bilbao !!. Os ahorro
la explicación del motivo por el que terminó allí.
Después de un estudio prospectivo de lo que ofrecían los diferentes
restaurantes, opté por uno de ellos donde me zampé unos entrantes y una rica
sapateira ( buey de mar relleno ) que me compensó de mi abstinencia en Beja.
Os recomiendo vivamente visitar este lugar encantador salvo en época estival donde, además de preciosos paisajes os podéis encontrar curiosidades como las llamadas " cabinas de lectura ". Son similares a las antiguas cabinas de teléfonos, solo que están abiertas y dentro hay libros. Tu llevas un libro y lo dejas, cogiendo el que más te apetezca. Una vez leido lo devuelves y coges otro y así ... Esto en España ( por razones que todos conocéis ) tienen difícil implantación.
El último lugar de este día se encontraba a tan solo 20 kms. y, tras
reposar la sapateira y un agradable paseíto puse rumbo para buscar el sitio que
había elegido para pasar la noche.
Vilanova de
Milfontes es una población portuguesa situada junto al rio Mira y que es
famosa por sus increíbles playas. Es un lugar eminentemente turístico que en
época estival rebosa de guiris ávidos por disfrutar de su costa.
Había elegido otro alojamiento local, en
este caso el Sol da Vila, más cómodo que el de Beja con habitaciones más
amplias y ¡¡ sin escaleras !!. De modo que tras encontrar aparcamiento y dejar
las cosas fui a darme una vuelta por el pueblo y ver que me encontraba.
El núcleo central no es excesivamente
grande, con calles paralelas donde se puede apreciar la típica estructura
alentejana, casas de dos alturas como máximo pintadas con los característicos
tonos azules y amarillos.
En esta época no hay excesivas
aglomeraciones, por lo que se puede pasear tranquilamente y llegar hasta uno de
los lugares más emblemáticos: el castillo, que es más conocido como Fuerte de
San Clemente. Se trata de un fuerte moderno construido a finales del S. XVI y
principios del S. XVII y cuya misión era la defensa de la villa y el puerto de
la acción de los corsarios. Se levantó a unos 1500 ms. de la desembocadura del
rio, con las baterías apuntando hacia la misma. Estaba armado con cinco piezas
de artillería y algunos mosquetes y arcabuces
pero su dotación humana era muy escasa, estando constituida a veces por
un único defensor que se encargaba de la artillería.
Mantuvo esta función con más o menos éxito
hasta que ya el 1903, tras la desactivación, el estado lo vendió en subasta
pública y quedó abandonado hasta 1939 en que se convirtió en vivienda y unidad
hotelera. Hoy tiene una función de vivienda temporal y está clasificado como “
inmueble de interés público “.
Disponía de dos baluartes triangulares y un
foso que aún se conserva aunque convertido en un pequeño jardín con grandes
hiedras que ascienden por las paredes.
Me senté en un banco cercano junto a un
lugareño que paseaba a su perrito y el hombre me informó que el mejor momento
para apreciar la belleza de las playas es por la mañana temprano así que, como
estaba anocheciendo, decidí continuar mi paseo y buscar un lugar para cenar y
ver las playas al día siguiente antes de partir. Una pizza bastante rica en un
italiano cumplió su función y me retiré a mi alojamiento.
4 de
Abril
Después de desayunar en una
cafetería cercana y cargar el coche busqué un cartel que indicaba “ Praias “ y
seguí el camino hasta desembocar en un mirador donde aparqué.
Realmente el espectáculo era fascinante.
Hasta 9 playas, cada una con su nombre propio, se podían apreciar desde allí.
Playas enormes de arena con montículos de piedra, que formaban pequeñas islitas
e istmos en función de la marea y que se adentraban hacia la desembocadura del
rio. A esa hora la presencia humana era casi nula, solo un padre con su hijo
que descendían con su tabla de surf bajo el brazo pero me imaginé que, en
temporada alta, la imagen debía de ser muy distinta.
Retomé mi camino para continuar
mi segundo día por la Costa Vicentina y dirigirme hacia el primer pueblo
seleccionado.
Tras 26 kms. llegué a Odemira, población con 6000 habitantes y que es el
mayor municipio portugués., ya que consta de hasta 14 freguesías ( organizaciones administrativas en las que se divide un municipio o concelho
). El lugar tiene
bien ganada fama por su cerámica y por la sede de un festival de rock que se
celebra la primera semana de Agosto ( festival do Sudoeste ). Está situada
sobre un monte con bonitas vistas pero con calles estrechas y empinadas que
hacen casi imposible dejar el coche, así que me limité a recorrerla sin bajarme
del mismo y renunciar a visitar alguna tienda en la que comprar algún ejemplar
de su famosa cerámica.
Tras otros 26 kms. por una
carreterita de montaña con preciosas vistas se llega al segundo punto a visitar
en el día. Se trata de Odeceixe, un pequeño
rincón escondido que atrajo en los años 70 a hippies y amantes de la vida
natural cuando era desconocido para el turismo. Está considerada como una de
las 7 maravillas de Portugal y es uno de los “ tesoros escondidos de Europa “.
Tras aparcar recorrí el pueblo fotografiando lugares que me llamaron la atención, uno de ellos un curioso árbol con el tronco rodeado por tapetes de ganchillo de diferentes colores. Recordé que había visto algo similar en España en una ruta con la moto, pero no recordaba ni el sitio ni el significado de esta curiosa costumbre.
Siguiendo la ruta prevista a
tan solo 9 kms. se encuentra Rogil, núcleo
que cuenta con importantes ganaderías.
El pueblecito en si no tiene
mucho que ver pero si merece la pena acercarse por el camino señalizado aunque
no asfaltado para ver sus playas, en especial la Playa Vale dos Homes y la
Playa de Amoreira. Son playas no excesivamente grandes, a las que hay que
descender por caminos algo complicados y que se encuentran al abrigo de grandes
acantilados que las protegen del oleaje. Cuando llegué pude divisar a tres o
cuatro personas que paseaban por ellas jugando con sus perros.
Desde Rogil, tras escasos 7
kms. se llega a Aljezur, ciudad que cuenta
con 2700 habitantes y cuyo casco se sitúa en las laderas de tres cerros, sobre
el mayor de los cuales se erige el castillo. Al llegar pregunté como subir
hasta el mismo, ya que era el punto más llamativo del pueblo y desde el que se
observaban las mejores vistas.
El aspecto
actual del mismo es bastante descorazonador. Aunque su construcción es
atribuida a los árabes, restos arqueológicos encontrados parecen datarlo en una
época anterior. Fue el último reducto árabe conquistado por tropas cristianas
en 1249 bajo el reinado de D. Alfonso III y después donado a la Orden de
Santiago. Hoy quedan escasos restos de alguna de sus torres, varias tumbas del
período islámico encontradas en excavaciones, la cisterna que es la parte mejor
conservada y el montículo central sobre el que se sitúa una gran bandera de
Portugal.
Desde aquí
las vistas son muy bonitas, con el pueblo extendiéndose por la ladera y
pudiendo apreciar el cauce del rio ( hoy seco ) que en su día era completamente
navegable hasta el S. XVI.
Terminada la
visita me encaminé hacia el último punto del día donde haría noche y en el que
finalizaba mi recorrido por la Costa Vicentina.
Sagres
se encuentra a 43 kms. de Aljezur y es una ciudad eminentemente
turística que atrae a gran cantidad de aficionados al surf y otros deportes acuáticos,
además del interés que despierta el Cabo de San Vicente.
El lugar
elegido para pernoctar era un auténtico hotel ( ¡¡ por fin !! ) con un nombre
algo pomposo: Mareta Beach-Boutique Bed&Breakfast, pero con una buenas
instalaciones, habitaciones grandes y cómodas camas, además de poder aparcar en
la puerta del mismo.
Dejé el
equipaje y, como era la hora adecuada, bajé a comer en el restaurante anexo y
pude echarme una pequeña siesta antes de completar el circuito.
Desde Sagres
una larga carretera sin curva alguna te lleva hasta el Cabo de San Vicente y el
faro del mismo nombre, pero antes paré en una afamada tienda de cerámica (
Artesanato a Mó ) que exhibe en su entrada algunas de las piezas que se pueden
adquirir.
Continuando
la carretera se llega hasta el Cabo de San Vicente, un remoto lugar que es el
lugar más al sudoeste de la Europa continental.
La verdad es
que las vistas son impresionantes, enormes acantilados sobre los que golpean
las olas de un embravecido atlántico que no quiero ni imaginar cómo será el
espectáculo en plena tempestad. Entre los acantilados se forman pequeñas
playitas que no invitan precisamente a darse un chapuzón.
Continuando
la carretera se llega hasta el Faro de San Vicente que domina imponente todo el
entorno. Allí se congregan multitud de personajes con sus sillitas portátiles
buscando el mejor lugar para contemplar la que dicen es una de las puestas de
sol más bonitas.
Yo me tomé
un refrigerio en el bar existente y, dada la hora, hice algo de tiempo para
hacer alguna foto de este espectáculo de la naturaleza. Dicen que los antiguos
creían que cuando ocurría este fenómeno no podía quedar ningún ser vivo en el
lugar.
Regresé al
punto de partida no sin antes detenerme para fotografiar el exterior de la
llamada Fortaleza de Sagres, construcción defensiva realizada para proteger a
la ciudad de los ataques berberiscos y para servir como resguardo a las
embarcaciones en sus ensenadas ante la presencia de tempestades.
Fue
reconstruida varias veces, sobre todo tras el terremoto de Lisboa de 1755 que
provocó un tsunami cuya gigantesca ola se elevó por encima del peñasco donde se
sitúa la edificación.
Cuando
llegué estaba cerrada, pero si tenéis interés en visitarla existen diferentes
precios ( desde 3 euros para adultos hasta 1,50 jubilatas y familias numerosas
).
Completada
mi visita a la Costa Vicentina busqué un sitio para cenar tranquilamente y a
dormir. Al día siguiente continuaba mi viaje ya en territorio español.
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