domingo, 10 de noviembre de 2024

 



                                                

                                            EL CASTAÑAR DEL TIEMBLO

               

                    El otoño, junto con la primavera, son mis dos estaciones favoritas del año. La primavera nos rescata del sombrío y frio invierno y el otoño nos provoca una dulce sensación de melancolía y nos llena la vista con los colores ( amarillo, naranja, rojo, morado y marrón ) de los árboles y arbustos caducifolios que renuevan sus hojas.

                        Por ello decidí, para una nueva escapada, cambiar la belleza de las piedras románicas por esa otra belleza que la naturaleza nos regala.

                       En España hay muchos y variados lugares que poder visitar en esta época. La Selva de Irati en Navarra, la Sierra Cebollera en La Rioja, El Hayedo de la Tejera Negra en Guadalajara o la Sierra de las Nieves en Málaga son solo algunos ejemplos de maravillosos paisajes que podemos visitar.

                       Tenía que elegir uno no demasiado lejano que me permitiera conocerlo en tres días que tenía disponibles.

                     Así que buscando y buscando encontré un lugar en la provincia de Ávila que me fascinó por las fotos que vi. Se trataba de El Castañar de El Tiemblo, un pueblecito de Ávila, que se adaptaba a mi disposición y que, además, me permitiría conocer otro monumento en el que nunca había estado: los Toros de Guisando.

               De manera que, casi sin deshacer el equipaje de mi anterior escapada a las ermitas segovianas, me encaminé un jueves hacia esos parajes abulenses.



                Como ya estoy hasta el gorro de la A-3 que, vía Tarancón, me lleva a Madrid en un camino que se me hace aburrido y monótono por conocido, decidí cambiar y, al llegar a La Roda tomé la AP-36 que, aunque los moteros rehuimos las autovías/autopistas, a cambio del peaje me permitiría una conducción algo más entretenida. Así que pasé por Quintanar de la Orden, Aranjuez y Móstoles para, desde allí, tomar la M-501 que me llevaría hasta Cebreros, lugar que había elegido para pernoctar ya que la oferta hotelera en El Tiemblo era escasa y no muy atractiva.

                  Cebreros se encuentra situada en la comarca de Valle del Alberche y Tierra de Pinares al sur de la provincia de Ávila. Al parecer su origen se remonta a los vetones y, a día de hoy, es conocida sobre todo por ser la localidad natal de Adolfo Suárez, primer Presidente de la democracia española después de la Transición.

                 Los últimos kms. hasta llegar a ella transcurren por una revirada carretera de montaña donde, en algunos tramos, encontramos alguna estampa otoñal como aperitivo de los que había venido a buscar.



            Además, esta zona de Ávila se caracteriza por una escasa contaminación lumínica, lo que hace que en ella se encuentren instalaciones como una estación de seguimiento de espacio profundo de la Agencia Espacial Europea, localizada en Robledo de Chavela y cuya gran antena es visible desde muchos lugares.

       Al llegar me llevé una grata sorpresa. El hotel tenía mucho encanto, con una bonita decoración castellana, una agradable terraza, habitaciones cómodas y, sobre todo, un personal super amable que me hizo sentir muy cómodo. Como sabéis, ni hago publicidad ni suelo referirme a los lugares donde pernocto pero, en ocasiones, hago alguna excepción por si le sirve de referencia a algún lector. El hotel se llama El Castrejón y, después de dejar las cosas, su amable dueño me invitó a una cerveza en la terraza y charlamos un rato acerca de mi recorrido.

           Después de comer en su buen restaurante descansé un rato y, a media tarde, salí a dar una vuelta por el pueblo. Lamentablemente no llamó mi atención para nada. Una iglesia del S. XVI de estilo herreriano sin ningún atractivo. Otra antigua iglesia transformada en el Museo de Adolfo Suárez y la Transición, una picota y poco más. Así que vuelta al hotel y a preparar el día siguiente.

        El castañar se encontraba en la población del El Tiemblo, a 8 kms. de Cebreros. Al llegar pregunté y me encaminaron por una carretera donde, al poco, me detuvieron un par de personas con un chaleco amarillo.

          Es necesario que os explique el funcionamiento del tema por si alguno se decide a venir por aquí. Para llegar al castañar hay que pagar, cosa que no termino de entender, ya que es una zona natural de uso público. Es como si me cobran por ver y bañarme en las playas del Mar Menor o en un bonito bosque cercano a mi casa cuando salgo a pasear con el perro. Bien, las tarifas son las siguientes:

-          Los miércoles es gratuito.

-          Los sábados y domingos tienes la opción de coger un autobús que te lleva hasta la entrada por un precio de 2 euros ida y vuelta pero que suelen ir hasta arriba de gente.

-          Los lunes, martes, jueves y viernes hay que pagar. El precio son 6 euros por algo que denominan “ tasa municipal “ y a ello se le suman 2 euros más por pasajero del coche o la moto. Que esa es otra, te cobran lo mismo si vas en una moto liviana que en un mastodóntico 4x4.  De las mascotas no ponía nada. Con lo cual una familia de 4 personas que quiera darse un paseo por el lugar se gasta 14 euros por no se sabe qué. Del uso de esta recaudación os hablaré más adelante.

De manera que pagué 8 euros por mi moto y yo y me indicaron por donde seguir, una carretera asfaltada en el primer tramo que se transforma en una infernal pista forestal de arena, con baches profundos y zonas con piedras afiladas que hay que esquivar para evitar pinchazos.

De esta guisa llegué hasta la entrada donde se encontraban otros dos operarios con chalecos amarillos que me indicaron donde dejar la moto y a los que, con sorna, les dije que podían instalar un servicio de reparación de neumáticos allí porque sería un negocio seguro.

Bien. Vamos para allá ( no se dignaron darme ninguna explicación de por dónde ir ).

 Si os parece os comento primero la parte positiva de la visita y dejo para después la parte negativa.

 Nada más entrar la naturaleza nos envuelve con sus colores ocres, rojizos y verdes con un suelo tapizado por las hojas que se desprenden de los árboles.



Al poco de caminar  encontramos  una construcción que sirve de refugio y, cerca de allí, con la joya del lugar. Un castaño con nombre propio, “ El Abuelo “, un gigante que se data en 800 años y que, para su preservación, se ha rodeado de una valla de madera fácilmente salvable ( he visto fotos de grupos numerosos haciéndose fotos bajo el mismo y familias con padres inconscientes que suben a los nenes al tronco para hacerles un bonito recuerdo ).








Desde aquí iniciamos un  recorrido circular mal señalizado admirando la belleza de los diferentes sitios por los que transitamos. Grandes castaños que se elevan al cielo, enormes rocas vestidas con un manto verde de líquenes y musgos, zonas en las que se mezclan el ocre de los castaños con el verde de otros árboles no caduciformes como robles y pinos. Es un regalo para la vista. Os dejo fotos de este bonito lugar que, con tiempo soleado, es aún más espectacular ( en mi caso estaba cubierto ).  
















  Un apunte: os recomiendo traer botas de montaña ya que, bajo la hojarasca, el suelo es de piedras sueltas, ramas, troncos y desniveles y es fácil que se te doble el tobillo y tengas un bonito esguince como me pasó a mí.

Después de un recorrido de unos 4 kms. y si no nos hemos perdido regresamos al refugio y buscamos la salida.

Vamos con la parte negativa:

Si hacemos un pequeño cálculo de lo que el Ayuntamiento del Tiemblo ingresa con las numerosísimas visitas por la “ tasa municipal “ más la entrada individual nos sale algo parecido a … un pastizal. Pues bien, les doy algunas recomendaciones a los respetables próceres de qué hacer con el mismo:

-          Mejora de los accesos: una simple capa de asfalto en el tramo de la pista forestal mejoraría enormemente la llegada y evitaría pinchazos y sufrimiento de los amortiguadores con el consiguiente aumento de las visitas.

-          Vigilancia: en mi recorrido no encontré absolutamente a nadie que se preocupara de que los visitantes cumplieran las normas. El Abuelo puede ser asaltado sin problemas por hordas de visitantes incívicos. Se prohíbe recoger castañas y yo podría haberme traído sin problemas un saco de las mismas que me sirvieran para todo el invierno. Si alguien tiene un problema ( esguince, torcedura, fractura ) en el recorrido no tiene a nadie que le ayude. Le queda esperar a que otro visitante pase por allí o llamar al 112.

-          Señalización: la existente es manifiestamente mejorable, sobre todo para aquellos que no están acostumbrados a hacer senderismo. Unas simples flechas indicativas de la dirección a seguir sería suficiente.

-          Suministros: un pequeño kiosko en el aparcamiento que sirva lo básico ( bebidas, algo de comida, etc. ) no estaría demás.

En resumen: un lugar precioso que nos reconcilia con la naturaleza pero, en mi opinión, mal gestionado y administrado que solo sirve de fuente de ingresos para el Ayuntamiento de turno ( vamos, lo normal hoy en día ).

     Volví a montarme en la moto rezando por no pinchar y bajé hasta El Tiemblo que, por otra parte, no tiene nada de interés. Lo más bonito que encontré fue este árbol.  Busqué un lugar para comer y me encaminé hacia el segundo punto de interés de este viaje.



        Llegué hasta el lugar 10’ antes de su hora de apertura. Se trataba del recinto privado donde se ubican los denominados Toros de Guisando. Esperé a que lo abrieran y pagué la entrada a Quico ( 2,5 euros ), un señor muy amable que, dado que era el único visitante en ese momento, me acompañó en la visita explicándome detalles que no vienen en las guías.

        Los Toros de Guisando son un conjunto de cuatro figuras ( hasta el año 1548 eran cinco pero una se perdió ) de lo que se denominan verracos, es decir, esculturas zoomorfas de piedra granítica que se encuentran en España  en las provincias de Cáceres, Salamanca, Zamora, Ávila, Toledo, Vizcaya y Segovia y en Portugal en las regiones de Beira Interior Norte y Tras-os-Montes, de la época de los vetones y romanos ( hacia el S. V a. de C. ) cuya finalidad no está muy clara.

        Hay varias teorías al respecto de su significado: por un lado se cree que delimitaban terrenos dedicados al pastoreo, por otro, que pudieran tener un significado místico o religioso, concretamente el culto a los muertos o ritos funerarios (esto se debe a que varios están emplazados en caminos a necrópolis y algunos tienen grabadas inscripciones funerarias latinas de la época romana) o el culto a la fertilidad o incluso ser exvotos.

      En el caso que nos ocupa las cuatro figuras forman una unidad y su origen  vetón parece claro, aunque unas inscripciones encontradas en los costados de   los toros 1 y 2 ( contando de izquierda a derecha ) y utilizando una técnica llamada MRM ( Modelo Residual Morfológico )  y que hoy no son visibles, dicen en latín  “ Longino lo mandó hacer para su padre Prisco “ en el primer toro y “ Longino lo mandó hacer para su madre Longina “ en el segundo. Pero Longino era un vetón romanizado y  todos ellos miembros de una noble familia romana ( los Calaeticos ).






          El tercer toro tiene una curiosa historia. Al parecer fue alcanzado por un rayo y partido en dos, quedando la parte trasera semienterrada. Descubierta años más tarde se volvió a reconstruir, siendo visibles en el lomo las lañas  de acero que unen ambas partes. También es la única que presenta ojos y unos orificios en la parte superior de la cabeza, al perecer destinados a colocar unos cueros postizos en aquellas celebraciones religiosas en que utilizaban estas esculturas ( si pincháis en la foto para ampliarla se ven mejor ).



       Además de por las esculturas, este paraje tiene una importancia histórica ya que aquí se realizó en Septiembre del 1468 el Tratado de los Toros de Guisando, mediante el cual el Rey de Castilla Enrique IV proclamaba Princesa de Asturias y heredera legítima al trono de Castilla a su medio hermana Isabel ( la futura Isabel la Católica ).

         Para finalizar la visita le pedí a Quico que me hiciera una foto como testimonio de mi paso por este lugar.




          Regresé a Cebreros y, tras descansar un rato, me di otro paseo por los alrededores, cené en el mismo hotel y a dormir para regresar a casa al día siguiente.

          Salí temprano y me encontré con una espesa niebla que, en algunas zonas, formaba densos bancos que limitaban mucho la visibilidad y que me acompañó hasta Tarancón. Así que despacito conseguí llegar a Murcia sin contratiempos al mediodía.

      Como prometí en la anterior entrada he realizado esta escapada sin visitar ningún monumento románico, pero lo visto ha merecido la pena y espero que sirva a modo de guía por si algún lector quiere hacer lo mismo.

 

                        El siguiente viaje ….. ya se verá.

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