RUTA
DE LA PLATA III
DÍA 7 (León)
Después de un rico desayuno y de
abonar la factura en El Descanso de Wendy (59 euros A/D), cargué la moto y
decidí abjurar de mi religión, no sin esfuerzo, en vista de la experiencia del
día anterior. Así que tomé la autopista de peaje y con lágrimas resbalando por
el casco pagué los 5 euritos y en un santiamén me planté en León.
Aquí
tengo que confesar que me había permitido un pequeño capricho. Había elegido
para pasar el día en la ciudad el Parador de S. Marcos que, decían, era uno de
los más bonitos de España. Llegué hasta él sin problemas y aparqué en el
parking gratuito del mismo.
No
he sido mucho de Paradores, aunque he pernoctado en ellos bastantes veces. Me
parece que su labor ha sido encomiable al rescatar muchos edificios históricos
que, de otra manera, hubieran desaparecido pero en el aspecto puramente
hotelero la mayoría dejan bastante que desear. Habitaciones y decorados
plúmbeos, con exceso de cortinajes y muebles muy pesados de estilo castellano,
además de precios bastante elevados dónde realmente lo que pagas es poder
dormir en un castillo, un convento o un palacete con historia. Sin embargo éste
tenía otra pinta.
Ya
simplemente la fachada era impresionante. Se trata de un edificio mandado
construir por los Reyes Católicos como sede de la Orden de Caballería de
Santiago y que se edificó al lado del puente medieval de S. Marcos por el que
los peregrinos continuaban el Camino de Santiago. Presenta un estilo plateresco
y tiene varios autores: Juan de Orozco se ocupó de la iglesia, Martín de
Villarreal de la fachada y Juan de Badajoz El Mozo del claustro y la sacristía.
Es un edificio con mucha historia a sus espaldas, fue cárcel con un reo de
tronío ya que estuvo preso durante varios años Francisco de Quevedo por orden
del Conde-Duque de Olivares, posteriormente se transformó en cuartel y más
tarde se instalaron los estudios veterinarios, germen de la Facultad de
Veterinaria. También fué sede del Instituto General y Técnico e incluso durante
la Guerra Civil se utilizó como campo de concentración. Muchos avatares para
devenir en el actual Parador frente al que me encontraba y que me iba a acoger
durante todo el día.
Después de dejar las cosas en la habitación, salí y
dándome un agradable paseo por la ribera del rio Bernesga me fuí acercando
hacia el centro neurálgico de León para visitar mi objetivo: la Catedral de
Santa María de Regla.
Al comenzar la zona peatonal me detuve a contemplar dos
preciosos edificios contiguos. Uno era la casa Botines, obra neogótica de Gaudí
(se vé que como tenía que ir a Astorga a realizar el Palacio Episcopal pues …
ya de paso). Tiene una estructura en forma de trapecio rematada por cuatro
torres y ventanas que recuerdan al triforio de la catedral. En la fachada hay
una figura de S. Jorge matando al dragón. El edificio fue encargado por unos
comerciantes de tejidos para establecer su negocio en la planta baja y el resto
dedicarlo a viviendas y, por mediación de Güell, se le encomendó al genial
arquitecto catalán. Hoy es sede de una entidad bancaria (para variar).
El
segundo edificio, perpendicular con el anterior, es el Palacio de los Guzmanes
que se debe a Rodrigo Gil de Hontañón por encargo del obispo de Calahorra.
También presenta una estructura trapezoidal con grandes gárgolas y dos puertas
del S.XVI, una de las cuales presenta columnas jónicas con soldados que portan
las armas de la familia. Hoy es la sede de la Diputación Provincial.
Palacio de los Guzmanes
Continué mi paseo por la calle más transitada de León
para terminar desembocando ante la majestuosa visión de la Catedral de Santa
María de la Regla. Si a todo el que se para delante le dijeran que calificara
el edificio con una sola palabra supongo que serían cientos los adjetivos, a mí
se me ocurre uno que sería ESBELTA. Es un edificio fino, elegante, en el que la
mirada se pierde hacia arriba para observar sus torres.
Es
una obra cumbre del arte gótico y para entenderla hay que recurrir a la
historia. El lugar que ocupa fueron inicialmente unas termas romanas, después
sobre ellas se edificó el Palacio Real en los terrenos cedidos por Ordoño II y
sobre él la antigua catedral románica. El románico constituyó un período en el
que los edificios se proyectaban “hacia el interior”, como signo de
reconocimiento para encontrarse con Dios. Se construían con material de piedra
muy pesado que impedía que alcanzaran gran altura y sin grandes ornamentos
externos porque lo importante estaba dentro de ellos, el recogimiento y la fé.
Por el contrario, en el gótico se produce la exaltación de Dios “hacia arriba”,
el descubrimiento de sistemas como los arbotantes y el empleo de materiales más
ligeros (como la piedra caliza empleada en éste templo), hacía posible
“sujetar” mejor las paredes y repartir el peso de manera que se pudiera elevar
la altura de sus bóvedas, ello se une al empleo de elementos más decorativos en
el exterior y del manejo exquisito de la luz interior mediante el uso de
vidrieras, de las cuales esta catedral es un ejemplo sublime y constituye,
junto a la Catedral de Reims, el máximo exponente del arte gótico que tenía
como finalidad “elevar sus templos hacia Dios” iluminados por la luz divina
como reconocimiento de la fé.
Como es fácil suponer el edificio ha sufrido diversos
avatares. El cuerpo principal fué terminado a principios del S. XIV junto al
claustro y la torre norte, la torre sur se completó en el S.XV y durante los
S.XVII y XVIII sufrió modificaciones por, entre otros, Joaquín de Churriguera
que la afectaron profundamente y que hubo que retirar en el S.XIX ya que
comprometían seriamente su estructura y amenazaban con su ruina. Gracias, entre
otros, a Juan de Madrazo y Demetrio de los Rios la catedral pudo salvarse y
llegar hasta nosotros en relativo buen estado, aunque requiere de cuidados
permanentes y vigilancia constante para evitar su deterioro.
La
catedral se halla “protegida” por una reja cuya construcción duró 200 años. La
entrada principal se realiza por la puerta occidental dónde encontramos el
espectacular Pórtico de los Pies, con tres arcadas que delimitan las puertas de
acceso (S. Juan, la Blanca y S. Francisco) y, sobre ellas, numerosos personajes
bíblicos. Para visitarla hay que pagar un “peaje” de 6 euros (audioguía y
revista incluidas) y, sinceramente y que no se me ofendan los zamoranos,
comparados con los 5 euros para ver la
Catedral de Zamora no tiene color (ya es hora de unificar criterios para
cobrar la entrada a catedrales y otros edificios históricos, parece que se
sortean los mismos en la tómbola o se dejan al libre albedrío del mandamás de
turno).
Una vez dentro y ,aunque la catedral en sí misma no es
muy grande, la verdad es que sobrecoge. Inconscientemente nuestra mirada se
eleva a lo más alto y descubre las vidrieras en el cielo del edificio. Todas y
cada una de ellas con diferentes formas están primorosamente labradas y
dispuestas para que la luz del sol las vaya iluminando en un orden secuencial
siguiendo la trayectoria del astro rey. Nos llama la atención el coro y transcoro,
el primero en madera de nogal y el
segundo en alabastro, que ocupa el lugar central del edificio aunque su
emplazamiento original era cerca del altar mayor. La catedral se recorre
empezando por la derecha, deteniéndose en cada capilla y cada vidriera,
admirando la imagen de la Virgen Blanca (de autor anónimo) que preside los dos
ejes del templo.
Hay
muchas formas de visitar ésta joya del arte gótico, pero yo aconsejo que simplemente os dejéis llevar,
pararos donde os plazca, admirad lo que llame vuestra atención y, en
definitiva, independientemente de creencias extasiaros ante una obra de arte
creada por el hombre y que, con sus
achaques, ahí sigue para deleite de todos.
Salí
de nuevo al exterior y, antes de irme, la rodeé para contemplar la fachada sur,
con la Puerta de la Muerte (tiene un pequeño esqueleto esculpido en ella), la
Puerta de S. Froilán y la Puerta del Traslado. Me recreé en sus dobles arcos
arbotantes y las torres contrafuertes de los mismos (“la Silla de la Reina” y
“la Limoná”) y satisfecho emprendí camino de regreso, parando en un restaurante
con buena pinta para repostar y volviendo a mi humilde posada para una siesta
reparadora.
Vidrieras
Capilla
Coro y transcoro
Vidrieras
Después del descanso bajé a ver el Parador. Primero paseé
por el claustro y luego entré a la iglesia de S. Marcos anexa, del S.XVI y
realizada en un gótico decadente y con una bonita bóveda de crucería así como
un interesante coro obra de Juan de Juni.
Iglesia de S. Marcos
El tiempo había mejorado considerablemente e invitaba al
paseo. Me dí una vuelta por el parque Quevedo cercano y volví a recorrer el
margen del rio dónde gran cantidad de mascotas retozaban y jugaban en el césped
recordándome a mi Trasto. Después me dirigí a visitar el último edificio
destacado de León que me quedaba pendiente, la Basílica de S. Isidoro.
Se
halla en una recoleta plaza y constituye uno de los templos románicos más
importantes de España. Fue mandada construir por Fernando I en el S.XI y
originariamente era un monasterio dedicado a S. Juan Bautista pero que, al
trasladar los restos de S. Isidoro a León, el edificio cambió de titularidad.
En ella es obligatoria la visita al Museo que incluye el acceso al Panteón de
los Reyes, que es conocido como la Capilla Sixtina del Arte Románico por los
extraordinarios frescos muy bien conservados. De igual forma no hay que dejar
de ver el Tesoro con valiosas piezas de diferentes épocas y una excepcional
Biblioteca que guarda, entre otras muchas obras e incunables, una Biblia
visigótico-mozárabe del S.X. Para terminar la visita hay que pasear por su
claustro románico que es el más antiguo de España y donde se celebraron las
Cortes de León de 1188 durante el reinado de Alfonso IX, que han sido
reconocidas por la UNESCO como “el testimonio documental más antiguo del
sistema parlamentario europeo”.
Regresé el Parador y me dispuse a descansar para, al día
siguiente completar la última etapa de mi pequeña aventura.
DÍA 8 (León – Gijón)
La
distancia que separa éstas dos ciudades es de 142 kms que se recorren sin
dificultad por la A-66 pero hay que llevar cuidado porque en éste tramo se
convierte en ”autovía de alta montaña” (así está indicado) y se corre el riesgo
de verse apurado en algunas curvas si se va a excesiva velocidad. Se atraviesan
paisajes muy bonitos que invitan a la parada y foto de rigor.
Así
pués sin más contratiempos llegué a mi destino final en Gijón y, con la
satisfacción de haber completado mi viaje, me fuí directo a buscar el paseo
marítimo y hacerme la foto de rigor para que constara en acta.
Después localicé el alojamiento
(AC Hotel Gijón), bastante bueno como todos los AC aunque algo alejado del
centro y ,tras dejar el equipaje, fuí a buscar mis objetivos en ésta bella
ciudad asturiana.
Ambos
estaban juntos, al lado del puerto deportivo. Uno era el Palacio de
Revillagigedo que fué fundado por el primer Marqués de San Esteban del Mar en
el S.XVIII. El edificio es de estilo barroco y está formado por un cuerpo
central y dos torres almenadas que no fueron construidas al unísono, ya que la
de la izquierda se construyó con posterioridad para mantener la simetría. El
cuerpo central presenta 5 arcos que conforman una galería porticada. Encima se
sitúan dos pisos con ventanas con balconada y en el centro se halla el escudo
heráldico que tuvo que ser reconstruido por completo en arenisca en el 2004.
Actualmente es la sede de la Fundación Cajastur-Liberbank.
El
otro edificio, pegado a éste, es la Colegiata de S. Juan Bautista casi
contemporánea del Palacio. Es un templo barroco de tamaño medio pero de gran
aspecto, con una torre-campanario que sirve como pórtico. Lo más llamativo es
la portada que hay frente al puerto, decorada con columnas jónicas y la Cruz de
Calatrava sostenida por ángeles. Parece ser que el edificio tiene una gran
acústica, por lo que se utiliza para la celebración de conciertos. Está
desacralizada y es propiedad (¡cómo no!) de Cajastur.
Colegiata de S. Juan Bautista
Después de un pequeño paseo por
la cercana Plaza Mayor con su Ayuntamiento, busqué un sitio para comer
tranquilamente y luego retirarme al hotel ya que al día siguiente me esperaba
el mayor trayecto de toda la ruta para regresar a casa.
Estatua de D. Pelayo
La obra de un camarero muy creativo
Imágenes de Gijón
DÍAS
9 y 10 (Gijón-Arganda del Rey-Murcia)
Me levanté
temprano y preparé la moto. Como ya os conté en la primera entrada de ésta
ruta, había decidido hacer la ida al punto de partida y el regreso en dos
etapas. En el segundo caso decidí que la primera fuera la más larga que la segunda
para no llegar a casa muy cansado. Así que el punto intermedio lo establecí en
Arganda del Rey ya pasado Madrid.
La
distancia a recorrer era, ni más ni menos, 500 kms exactos. Así que partí hacia
Oviedo y sin entrar en ella tomar de nuevo la A-66 y desandar el camino hasta
León y, desde ahí, continuar hasta Madrid. Ya había hecho con anterioridad una
tirada similar (desde Córdoba a Murcia) pero, sinceramente, os recomiendo que
en vuestras rutas no planifiquéis distancias de más de 300 kms porque se llega
algo cansado. Así que tomándolo con tranquilidad y con paradas obligadas (la
autonomía de mi moto está sobre los 200 kms) fuí bajando desde el norte para ir
poco a poco reencontrándome con el calorcito, comer por el camino y sobre las 6
de la tarde llegar a Arganda del Rey. El hotel para pernoctar era el Sercotel
AB Arganda y al llegar me encontré varios coches, un autobús y una gran
caravana, todos pintados de azul y que pertenecían al equipo técnico y de
mantenimiento de uno de los equipos ciclistas de la Vuelta a España (Astana).
Tuve suerte porque, debido a éste overbooking, me asignaron una habitación de
superior categoría a la reservada, con cama extragrande, equipo de CD y minibar
gratuitos. Aproveché la cama para la siesta prolongada que me pedía el cuerpo y
luego bajé a ver el partido (jé, jé) del Barça con el Alavés y después de cenar
a dormir que al día siguiente estaría en casa.
Los
372 kms por la A-3 primero y luego por la A-30 que me separaban de mi querida
Murcia me eran muy conocidos (obligatoriamente hay que ir por ellas para llegar
a Madrid en espera de que nos traigan el AVE), así que, ya en territorio amigo,
llegué casa tranquilamente finalizando mi periplo.
Con
éste viaje no he pretendido demostrar nada. Sólo quería comprobar que, a mi
edad, todavía se pueden experimentar nuevas sensaciones, recorrer lugares y
descubrir sitios muy bellos subido encima de una moto. Y hablando de motos (y
no es publicidad gratuita de Suzuki), mi pesada Burgman 650 y yo hemos
recorrido exactamente 2.727 kms juntos y tengo que decir que no me ha dado el
más mínimo problema, me ha respondido perfectamente cuando lo he necesitado,
hemos recorrido autovías, autopistas de peaje, nacionales, comarcales e incluso
algún tramo pedregoso sin asfaltar y se ha comportado de maravilla en todos
ellos. Sólo he tenido que preocuparme de echarle gasolina y de aparcarla
adecuadamente para luego poder salir con comodidad, así que gracias “vaquita”.
Hasta
otra.
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